Han sido muchos años de estar en Lagarba, ocho en total desde el 2017 que se fue como Misionero a un lugar de Etiopía; Lagarba, un territorio de muchísima Misión.
Ya regresa a casa, a su Diócesis y con un nuevo destino. Pero nos ha dejado una carta, que junto a las que ha ido escribiendo a lo largo de estos años, son un testimonio de su vida personal y espiritual.
"Queridos amigos:
Melkam Fasika! ¡Feliz Pascua del Señor resucitado! Espero que estéis bien, con
salud y unidos a la Fuente del Amor, que es Jesucristo.
En este mensaje, que será el último que os escriba en este canal, os comunico
con gran emoción que mi misión en Lagarba y en Etiopía ha llegado felizmente a
su término, y que me vuelvo a mi diócesis de Getafe. Digo felizmente, aunque me
parte el corazón separarme de mi familia etíope y de la encomienda tan hermosa
que la Iglesia y el Señor me han hecho en estos casi ocho años. Lo mismo que
mis feligreses de Getafe y de Villanueva de la Cañada, las buenas y sencillas
gentes de Lagarba tendrán siempre un lugar indeleble, único, en mi alma. Tengo
el consuelo de que se queda con ellos el P. Kaleab, un sacerdote joven y apostólico.
Los conoce muy bien, porque es oriundo de la zona, y la gente lo quiere.
Las razones para este cambio son varias. Tal vez la principal sea la conciencia
de que mi misión allí está cumplida. Podría continuar en Lagarba cuarenta años
más, como tantas veces ha sido mi idea y mi deseo, y sería feliz así. Las
necesidades materiales son infinitas, y por esa razón también ellos, los
nativos, me querrían retener para siempre allí. Ahora bien, mi cometido como
pastor de almas de llevarles a Jesús, de llevarles a la Eucaristía, está
cumplido. Los sacerdotes tenemos, como principal misión, enseñar a las personas
el camino del Cielo.
Ya he estado hablando con mi obispo de Getafe D. Ginés, que me destina a la
parroquia de Nuestra Señora de Fátima en Fuenlabrada, a unos 20 km al sur de
Madrid. Emprendo una nueva etapa de mi vida con renovadas fuerzas e ilusión, y
me encomiendo una vez más a vuestras oraciones y sé que cuento con vuestra
amistad.
Os quiero agradecer el apoyo económico que me habéis dado en estos años de mi
misión. Con vuestras donaciones habéis contribuido a la construcción de una
carretera de grava de varios kilómetros (de magnitud de obra pública, dada la
orografía del lugar), rampas de hormigón a los lados del río Lagarba, dos
pozos, instalaciones completas de sistemas de energía solar en la clínica
pública de atención primaria de Kirara y en la iglesia y en la casa sacerdotal,
la construcción de dos nuevas capillas dedicadas a san Miguel y a santa Clara, mejoras
en la iglesia y en los establos, gallineros, nueva casa del guarda, vallado de
toda la misión, plantación de centenares de árboles dentro y fuera de la misma,
materiales litúrgicos para la iglesia principal y para varias capillas,
herramientas de todo tipo, hasta generadores diésel y bombas de agua de
gasolina para el riego de los cultivos, aperos de labranza para la misión y
para labradores pobres, ayudas innumerables a las familias del lugar:
medicinas, desplazamientos, becas escolares, jornales de los trabajos del
campo, construcción de unas doscientas casas de tejado de aluminio, ayudas a
las familias más pobres con ganado y grano para la siembra, y la dotación de
pequeños comercios a familias y mujeres emprendedoras. No solamente habéis
ayudado con dinero, sino hasta con ropa, calzado, libros en inglés,
bisutería, artículos religiosos, juguetes y material escolar y deportivo que en
distintas campañas habéis recogido y he hecho llegar físicamente en mis propias
maletas y con la ayuda de visitantes y voluntarios. Vuestro afecto y
generosidad, que Dios ciertamente os recompensará, les ha llegado a miles de
personas de muchas formas.
A partir de hoy no me hará falta vuestra ayuda económica, por la que tan
agradecido estoy. Todo lo que quedaba en la cuenta de la misión se lo he
transferido a las misioneras de la Caridad de Madre Teresa de Calcuta en
Etiopía, que tienen 17 casas por todo el país, siendo las principales las de
Addis Abeba, Jimma, Dire Dawa, Gondar, Hawasa y Mekele. He trabajado estrechamente
con ellas en todo mi tiempo en la misión, y sé que ellas le darán la máxima
utilidad para atender a los cientos y miles de enfermos, moribundos, pobres y
huérfanos que tienen en sus casas, costeando alimentos y medicinas, operaciones
hospitalarias, bombonas de oxígeno y respiradores, material y personal de
laboratorio para análisis, tratamientos de tuberculosos, cuidados de niños y
mayores discapacitados, pacientes con VIH, embarazadas en situación de riesgo,
gente sin hogar ni familia, y todo tipo de personas con desnutrición. Desde
noviembre de 2020, cuando empezó la guerra civil en la región de Tigray, las
necesidades y la carestía se ha exacerbado en las zonas norte y oeste del país,
donde las "Sisters" tienen varias de sus casas.
Volviendo a Lagarba y a lo más nuclear de mi misión allí está mi sacerdocio, y
el corazón se me llena de gratitud, me conmuevo, al repasar estos años de
ministerio, de mi vida y entrega sacerdotal en Etiopía. Desde mi llegada allá
en 2017, además y por encima de todas las ayudas materiales a los pobres, ha
estado mi sacerdocio, que no es mío, sino un regalo del Cielo a la Iglesia y al
mundo a través de mi pobre persona. Poder celebrar la Eucaristía en ese monte
pobre, en un país pobre, en una iglesia paupérrima que es la parroquia católica
de san Francisco en Lagarba, con unos pocos fieles del lugar, ha sido un
privilegio sublime. Siempre tuve la conciencia a flor de piel de que esas Misas
eran tan importantes o necesarias para la salvación del mundo como cualquier
Misa solemne en una basílica o en la catedral de una gran ciudad. La paternidad
espiritual la he vivido como nunca allí, conociendo a todos mis feligreses por
nombre propio, familia, clan y hasta antepasados difuntos. La salud de cada
uno, su situación social y económica, los estudios de sus hijos e hijas, todo
llegaba a mis oídos y todo me lo tomaba muy a pecho. Mi sacerdocio y el
celibato han hecho que los llegara a conocer en profundidad y los amara más que
a mí mismo. He podido decir con San Pablo: "Os teníamos tanto cariño que
deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias
personas, porque os habíais ganado nuestro amor" (Tes 2, 8). Aprender
amhárico, el idioma del país, me sirvió para todo en la vida diaria, para gestiones
y compras y moverme por el país, pero sobre todo deseé saberlo bien para la
predicación, para las homilías y catequesis con niños y mayores, y así se me
concedió el aprenderlo muy bien, como un verdadero don del Espíritu Santo. Pude
usarlo para darles razón de nuestra esperanza (1 Pedro 3, 15). Para animarles
siempre a la reconciliación entre ellos y a volver a comenzar en su camino
espiritual en la confesión. Por ser sacerdote también han acudido a mí muchas
veces cuando les hacía falta un "anciano" (i. e., mediador) entre dos
personas que habían tenido un conflicto y había ofensas grandes de por medio.
Por ser sacerdote he entrado en lo profundo de las almas, de las familias y de
un pueblo con el que, por mi origen, yo no tenía nada que ver. El sacerdocio de
Cristo, del que humildemente participo desde mi ordenación, me empujó a dejar
las noventa y nueve ovejas y salir en busca de una oveja perdida en una tierra
lejana a la que Cristo mismo se refirió como "los confines del
mundo", los dominios de la Reina de Saba (Mt 12, 42). En resumen, en
Etiopía he podido serlo todo: padre, pastor, apóstol, evangelizador, maestro,
peregrino, huésped y anfitrión, servidor y guía. ¡Cuántas veces, en mis largas
caminatas ahí, me venían a la mente los versos de Isaías: "Hermosos
son sobre los montes los pies del mensajero que trae buenas noticias, buenas
noticias de paz y de salvación" (Is 52, 7)! No sé, creo que es a esta
profunda alegría, a esta experiencia tan rica y compleja a lo que san Pablo
llama ser "embajadores de Cristo" (2 Cor 5, 20). Desde luego, la
misión me ha cambiado la vida, me ha transformado para siempre.
Bueno, queridos amigos, ya me despido de vosotros en este canal. Algunos solo
recientemente os habéis añadido, otros me seguís desde el principio de este
largo periplo. Aunque, más que una despedida es un aviso de reencuentro, pues
podré iros viendo a todos personalmente con calma en estas semanas y en los
próximos meses. Os pido que tengáis la misión siempre en el corazón.
Un abrazo muy fuerte,"
P. Paul Schneider