“Lo primero que os voy a contar es que, desde hace un mes, estoy encargado de la vecina misión católica de Dhebiti, que está a 3 horas de camino desde Lagarba. El motivo por el que el obispo me va a entregar esta misión -y seguiré ocupándome igualmente de Lagarba- es que durante el confinamiento del Covid esta comunidad estuvo 7 meses (de febrero a septiembre) sin sacerdote y sin sacramentos, sin una sola Eucaristía.
Por carretera desde AsebeTeferi, donde viven varios sacerdotes etíopes, el camino es tortuoso y en estos tiempos inestables hay un poblado rebelde que exige pequeños sobornos, y si no se les da, no apartan las piedras que a modo de obstáculo han puesto para cerrar el camino de tierra que baja desde Asebot hacia el sur para llegar a esta misión.
Hay aquí, en Dhebiti, 63 familias católicas, y muchas otras ortodoxas y musulmanas. Estas familias vienen a sumarse a la población de la que ya cuidaba, mis 115 familias de la parroquia de san Francisco en Lagarba.
Ya he empezado a visitar familias, a celebrar la Eucaristía, a reunir al consejo de la misión, y resolver muchos asuntos pendientes, y los problemas y conflictos no faltan. Estoy muy animado, Dios me inspira muchas buenas decisiones, estoy con buena salud y fuerzas. Qué más se puede pedir. Siento un gran amor por todas estas familias, que son mis hermanos, mis hijos.
Además, me acompaña Shawle, mi fiel escudero -él lleva pistola, tiene licencia-, intérprete (para traducir al oromo lo que chapurreo en amhárico) y es mi ayudante abnegado para todo. Él es el administrador laico en la misión de Lagarba, y en estos tres años nos hemos ido conociendo y adaptando el uno al otro. Muchas veces sabe lo que pienso y lo que quiero con sólo verme la cara. Y tiene autoridad y firmeza para dar instrucciones a la gente, lo cual hace que el trabajo se agilice.
Creo que nunca antes os he hablado de él, pero la verdad es que sin él no podría hacer ni la mitad de las cosas que hago. Su mujer se llama Minisha y tienen un hijo de 12 años, Lemat, y una niña de 8, Tigist. Yo doy el criterio y me encargo de la parte más ‘espiritual’ de las obras, él da las órdenes, consigue materiales a precio de mercado, pone a la gente en movimiento. Le eligió el pueblo -según costumbre oromo, por elección popular- con esta responsabilidad en abril, y desde luego me dieron el gusto, porque no podrían haber elegido a nadie mejor.
Si de algún modo lo consiguiera, me gustaría llevarle a España, en el futuro, un par de semanas, como representación de toda la comunidad, para expresaros el profundo agradecimiento de todas las familias que reciben cosas maravillosas por vuestra generosidad, por medio de vuestra fe y amistad.
Os escribo hoy desde Dhebiti, aunque no pensaba pasar esta semana en este lugar, porque el domingo por la mañana los católicos de aquí nos llamaron y nos dijeron que habían encarcelado al catequista, Sisay Mengistu
, un joven de 25 años, y a otros 4 jóvenes. El motivo es que estos cuatro jóvenes (dos parejas recién casadas) son musulmanes que quieren hacerse cristianos.
, un joven de 25 años, y a otros 4 jóvenes. El motivo es que estos cuatro jóvenes (dos parejas recién casadas) son musulmanes que quieren hacerse cristianos.
En realidad ellos, los varones, eran católicos antes, y se hicieron musulmanes para que las familias de ellas les permitieran casarse con sus hijas, pero luego, en secreto y de común acuerdo con sus esposas, quisieron hacerse cristianos los cuatro. Empezaron a venir al recinto de la iglesia, a compartir con Sisay su deseo, y fueron acogidos. Y se desató una pequeña persecución. Por denuncia del imán de la mezquita fueron encarcelados los cinco, y el lunes por la mañana me trasladé aquí a toda prisa, incluso dejando en la misión a dos voluntarios, un maravilloso matrimonio argentino-uruguayo, Patricio y Florencia, recién casados, solos en Lagarba al frente de la misión.
Como decía, el lunes vine a toda prisa con otros dos hombres, por más que varias personas me quisieron disuadir de la idea, dado el momento de riesgo en el país, y los rumores de revueltas en esta zona.
Los que hayáis leído noticias de Etiopía estos días sabréis que el país está al borde de una guerra civil, con muchos muertos en el norte y al oeste del país, y con la amenaza constante del islamismo radical. Fui directamente a hablar con el administrador del Kebele de Dhebiti y sus soldados, casi todos musulmanes, y les advertí de que si estos jóvenes no eran liberados, me pondría en contacto con sus superiores de la Woreda de AsebeTeferi para que fueran trasladados a esa instancia, porque llevaban más de 24 horas encarcelados (las dos parejas llevaban ya 3 días allí) sin haber cometido ningún delito, solamente por querer cambiar de religión.
Me respondieron en tono altivo y autoritario, y acusaban a los jóvenes de estar creando un "problema político" y de generar disturbios entre la población.
Un caso como el de estos jóvenes no se había oído nunca. Yo les conocí hace tres semanas, y su conversión no se debe a mi influencia, pero sabiendo su deseo de ser de Cristo, yo estoy dispuesto a dar la cara por ellos.
El lunes, antes de hablar con esos jefes locales, pude visitarles en la cárcel, entrar en su celda, recé allí un rosario entero con el catequista y otras seis personas reunidas en la celda contigua a las parejas jóvenes, y unas horas después de mi intervención fueron liberados. No os imagináis la alegría y la enorme paz que sentimos entonces yo y toda la comunidad, hasta el día de hoy.
Yo no sé cómo Dios me inspiró, pero todos están de acuerdo en que fueron liberados porque fui y me enfrenté. En un momento de ese tenso encuentro, llegué a gritar, "pero, ¿qué delito han cometido? ¿Es que no hay libertad en este país para ser de la religión que uno quiera?".
Pero sin duda lo que más les movió fue el miedo a que sus superiores se enteraran de este atropello, y yo sabía nombres y tenía algún contacto. A menudo, los injustos y violentos son en realidad, débiles y cobardes.
Digo violentos porque los chicos, Birhanu y Haile, fueron apaleados la segunda noche de su encarcelamiento. A las chicas, Fami y Nafisa, gracias a Dios, no les hicieron nada. Ellas pronto cambiarán sus nombres y elegirán un nombre cristiano y recibirán el bautismo. En toda esta zona de Harar la población es mayoritariamente musulmana, y la persecución no es siempre abierta, pero se hace sentir. A veces cuando en un mercado ven a alguien con una cruz al cuello, se niegan a venderle o darle servicio.
Antes no os lo había dicho, para no causar sensación de alarma, pero es el ambiente que respiro desde que llegué aquí. Nunca os dije que hace dos años, cuando empezamos a construir las casitas de alquiler, el terreno de Kirara nos lo quisieron quitar a la fuerza, disparando, pistola en mano, para amedrentar a nuestra gente, e incorporarlo al de la mezquita del terreno colindante, pero no cedimos y, como somos minoría, tuvimos que ir a varios tribunales e instancias durante semanas para que se nos reconociera nuestra propiedad legítima, pues aquí el Registro de la propiedad es muy incompleto, si es que existe, dependiendo del Kebele que sea, y era difícil encontrar a alguien que quisiera testificar a nuestro favor.
Con ocasión de casamientos, muchos cristianos se hacen musulmanes, y nadie pregunta nada, es lo normal, lo que tiene que ser, y todos contentos. Pero cuando un musulmán quiere hacerse cristiano, sobre todo en las zonas rurales, saltan las alarmas, se encarcela, empiezan las preguntas e investigaciones. Una cosa que he aprendido en estos tres años es que a los violentos, a los ladrones, a los sinvergüenzas, a los que no respetan el derecho, hay que plantarles cara, hay que luchar por el derecho propio y de la comunidad y por la propia religión hasta el final, sin acobardarse ni ser vengativo. Y sólo entonces ceden. Si uno se muestra sumiso y débil, entonces se crecen. Por la libertad, nunca hay que dar un paso atrás. Dicho todo esto, sobra decir que muchas familias musulmanas que tenemos de vecinos son maravillosas y son nuestros amigos y aliados.
Pero, a la vez, da la impresión de que el islam, cuando se hace mayoría, tiene un problema con la sociedad plural y el respeto a la libertad y a las minorías. Hace 50 años, en Etiopía, según me cuentan, todo el mundo, cristiano o musulmán, vestía igual, a lo moderno. En las últimas décadas se ha producido una involución de costumbres en la población musulmana, especialmente en las zonas rurales. Se ha popularizado la vestimenta árabe tradicional y un fuerte deseo en muchos de aplicar totalmente la ley musulmana, la Sharia, como fuente del Derecho Familiar y del Derecho Civil, que prevé la pena de muerte para los apóstatas, los que se salen del islam, y pago de impuestos especiales para los no-musulmanes. Es como si en nuestro siglo pudiera surgir una nueva inquisición religiosa en muchos países. Aquí no hemos llegado a ese punto, pero hay que estar alerta. Yo vivo al día y estoy con alegría y con paz, y me alegro de haber ayudado a liberar a estos chicos.
Estas cosas te despiertan de un letargo y la fuerza te viene no sabes de dónde. Todo esto es nuevo para mí, porque yo siempre he apreciado el islam, su llamada a la oración, el vivir en presencia de Dios, la valoración positiva que de la religión de Mahoma tenía el beato Carlos de Foucauld, que es para mí un ejemplo a seguir, y muchas veces trabajé con inmigrantes en Getafe e hice amistades en Marruecos con familias musulmanas. Pero no es lo mismo hablar desde España que estar aquí, ver y saber a fondo lo que pasa en un lugar de mayoría musulmana, en el día a día.
Aquí todo es diferente de lo que se pueda imaginar u opinar en España, aquí uno no debe venir de turista, uno debe venir confiado en Dios y sabiendo que la propia seguridad no está garantizada, y con disposición de defender a los débiles para que se respete su derecho. Esa es mi experiencia, mi realidad, en estos tres años que llevo aquí.
Así las cosas, se puede decir sin exagerar que aquí hay una moderada persecución religiosa, en medio de la inestabilidad y falta de libertades del país.
El futuro es la tierra
Otro tema. En enero llegará a 40 el número de casas de tejado de chapa para familias de Lagarba que, gracias a vuestras generosas donaciones, venimos construyendo desde hace meses. Es una ayuda crucial para el bienestar de este pueblo, de las familias pobres. Y la vivienda es importante, pero hay otra necesidad más profunda que he descubierto recientemente: el terreno, la tierra.
La causa de la pobreza, la razón por la que muchas familias no pueden levantar cabeza, es la falta de tierras donde trabajar. Es muy difícil tener ingresos aquí si tus dos vacas no tienen dónde pastar o si ni siquiera el grano cosechado de tus campos basta para alimentar a tu familia. Entonces, como un gesto inicial, he puesto la mirada en familias numerosas, que no tienen tierras propias y trabajan de jornaleros de otros.
La semana pasada, con vuestro dinero, se ha firmado la compra de terrenos para 3 familias: A Fetene y Tigist les he comprado un terreno de 3 yugadas por valor de 2.300 euros, a Fikadu y Bezuye un terreno de 4 yugadas por 2.800 euros, y a Faranse y Debre un terrenito de 400 euros.
A nosotros nos puede parecer poca cosa, pero a ellos esto les llena de alegría y esperanza, y es algo inaudito en las misiones católicas de aquí ayudar así a las familias. Nosotros, Shawle, el consejo de la parroquia y yo, les ayudaremos para que aprendan a ser agricultores responsables y consumados, y ellos están que todavía les parece un sueño.
No es que vayan a ser ahora grandes terratenientes, ni mucho menos, pero por lo menos tienen unos pequeños terrenos de los que vivir, alimentar a sus hijos y sacar ganancia. Un reparto más justo de la tierra. No sé en qué medida podremos ayudar de esta manera a otras familias, porque es un desembolso fuerte, pero Dios proveerá y me lo pondrá delante.
Nuestra misión de san Francisco también ha rendido sus frutos, y además de todo lo que ya cultivábamos, hemos sembrado y cosechado mijo, que aquí llaman dagusa, y que crece muy bien.
No es un buen año para la agricultura en Etiopía, por la plaga de langostas que asola el país. A nosotros también nos azotó: el 15 de octubre llegaron langostas a toda esta zona en millones incontables, y se comieron casi todo el sorgo, lo cual afectará duramente a la economía de nuestras familias este próximo año, porque el sorgo es la base, lo que más se cultiva y se vende y come.
El maíz, como ya estaba seco y recolectado, se salvó. Muchas otras cosas, como las judías, habas, la cebada, las cebollas, se han echado a perder. Después de dos días de devorar, las langostas se fueron. Aun así, nuestra gente sigue adelante y no pierde la sonrisa. Si la situación se pone crítica, os lo haré saber.
Finalmente, os comparto un pensamiento. Yo he venido aquí por la fe. Si un día me pasara algo, sabed que salí de mi país por la fe, por el amor a Cristo, para servir a la gente, para amarles, para ser testigo, y querría vivir cien años más para seguir haciéndolo y, a la vez, no me importa la muerte, porque estar con Cristo es, con mucho, lo mejor.
No ser capaz de hablar bien las lenguas de aquí es una pobreza, una incapacidad mía, pero que me recuerda que la fe no es una cuestión de discursos y sagacidad, sino de vida, de amor y de entrega. Tampoco es la fe un activismo social o un mero reparto de comida o materiales, sino la presencia y el amor a personas concretas. Vivir, comer, descansar bien, ser valiente, no hacer caso a los temores, no tener miedo a amar, aprender de la experiencia, aprender, educar y acompañar, y rendir cuentas de todo a la propia conciencia y a Dios. A Abrahán Dios le pidió algo sencillo, que saliera de su tierra y creyera en Sus promesas.
El día a día es sencillo, vivir y dejarse guiar por Él. Antes me preocupaba mucho de las ideas, de mis discursos y homilías elaboradas. Ahora, de un modo más directo y sencillo, me preocupo de las personas, de su fe y de su bienestar. Y yo soy un pequeño instrumento, en realidad el que les está sosteniendo y proveyendo es Dios.
El día a día es sencillo, vivir y dejarse guiar por Él. Antes me preocupaba mucho de las ideas, de mis discursos y homilías elaboradas. Ahora, de un modo más directo y sencillo, me preocupo de las personas, de su fe y de su bienestar. Y yo soy un pequeño instrumento, en realidad el que les está sosteniendo y proveyendo es Dios.
La misión es un regalo que he recibido de Él, es lo que orienta mi vida y mi sacerdocio. Estoy feliz y lo comparto con vosotros, mis amigos. Sed pacientes y estad serenos en las epidemias y confinamientos, Dios nos premiará nuestra fe y nuestra alegría será multiplicada”.
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