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4 de septiembre de 2013

Los Misioneros


Todos nos sorprendemos y nos quedamos boquiabiertos cuando conocemos un misionero que nos cuenta sus aventuras y desventuras por ayudar al prójimo en condiciones realmente difíciles. Son misioneros que están donde nadie quiere estar por causa de las guerras, epidemias, desastres naturales… son misioneros que entregan su vida por el servicio a los más abandonados, los últimos, los más perdidos.

¡Y encima se les ve contentos! Pero lo que vemos no es lo que más impresiona. Eso lo hacen muchos, o lo podrían hacer muchos, siempre y cuando lo cobraran adecuadamente. Lo que impresiona es que lo hacen por amor, por amor a Dios, y por ello, por amor al hombre.

Sí, lo hacen porque son cristianos, creyentes, enamorados del Señor y lo hacen porque no pueden no hacerlo cuando tienen delante alguien que necesita de ese amor y servicio. Pero los misioneros son heroicos cuando entregan su vida sin esperar nada a cambio, aunque esa entrega no se haga en condiciones de persecución, de guerra, de hambruna o de desastre. Son heroicos porque aman sin medida, que esa es la medida del amor de Cristo. Y lo hacen por encima de sus deseos personales.

 Es hermoso oír a una religiosa que ha ido poco a poco gastando su vida en países como Burkina Faso, Uganda o Yibuty. Pero es también grandioso compartir una tarde con un sacerdote que ha pasado 41 años de su vida en Japón, con las dificultades propias del idioma e idiosincrasia, dando clases y atendiendo una parroquia en la que los cristianos que allí se reúnen sufren el dolor de ser una minoría absolutamente desconocida e ignorada. Es un regalo de Dios entrevistarse con una familia misionera que colabora en la evangelización en lugares tan cercanos nominalmente a nosotros como Honduras o Colombia, pero que acuestan a sus hijos cada noche oyendo disparos y broncas, por las Maras y el tráfico de la droga. Es impresionante compartir la experiencia de fe de unas religiosas de clausura que están en países musulmanes, donde nadie las visita y donde la predicación del Evangelio está perseguida y penalizada, y por lo tanto no es posible ver frutos de la oración, y sin embargo, no dejan de pedírselo al Señor un solo día.

 La vida misionera es toda ella siempre una bendición, y los cristianos sabemos que es una tarea apasionante siempre, emocionante siempre, ilusionante siempre. Pero también, siempre, es dura, es sacrificada, es entregada, es… ¡enamorada!

Estamos iniciando un nuevo curso misionero, no nos olvidemos que los misioneros siguen trabajando por un mundo mejor, porque dan el Amor. ¡Mejor! Porque dan el a Jesús. Y con Jesús dan consuelo, fortaleza y ánimo.

              José María Calderón
  Delegado Episcopal de Misiones de Madrid

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