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31 de diciembre de 2014

Contempla en el otro a Dios

Iglesia en Misión propone para este tiempo de Navidad “Contempla en el otro a Dios”. Nada más acertado que esta invitación a salir de nosotros para ir a descubrir a Dios en el otro, aunque no es menos elocuente el camino inverso: “Descubre en Dios al otro”. La vida de fe, que capacita al hombre para descubrir a Dios en el otro y al otro en Dios, conlleva la experiencia de caminar, salir de uno mismo y disponer el corazón abierto para acoger.



La celebración de la Navidad recuerda que, apenas se alejaron los ángeles de los pastores, estos se dijeron unos a otros: “Vamos allá, pongámonos en camino, pasemos a Belén y veamos al niño en manos de su madre”. De inmediato apresuraron el paso y marcharon a Belén, movidos por una santa curiosidad y animados por una enorme alegría, que no sabían cómo había entrado en su corazón.

De esta manera sencilla y misteriosa, fueron al encuentro del otro. Vivieron, apenas barruntaron la noticia, la “travesía” de salir de ellos mismos para ver en un pesebre a este niño, del que el ángel les había dicho que era el Salvador, el Cristo, el Señor. Este ponerse en marcha está en la entraña de la fe, como invitación a caminar, a peregrinar. La historia de la Salvación es, sí, un peregrinar, como lo vivió el pueblo de la Antigua Alianza, hacia la tierra prometida. En este itinerario, Él acompaña siempre.

¿Por qué los pastores fueron los elegidos? ¿Qué hay de especial en estos “últimos” del pueblo de Israel, que no se daba en los que se encerraron en sus casas ante la llegada de María y José? Cuando ellos llaman a la puerta de aquellos hogares de Belén pidiendo alojamiento, los espacios están saturados. No había sitio para ellos. Solo encontraron lugar en medio de la pobreza y de los despojados. “Vino a su casa, y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11).

El Hijo de Dios sigue llamando a la puerta del corazón de los hombres; lo hace de manera callada, pero insistente. Al otro lado del umbral, solo se ven seres necesitados: niños abandonados o excluidos, víctimas de las guerras o de la indiferencia, personas marginadas o parados. La justificación del portazo es que los corazones, las mentes y las “casas” de aquellos habitantes de Belén estaban repletos de ideas, ocupaciones y otros enseres. Dios había sido excluido de sus vidas, porque ya no lo necesitaban. Solo quienes tenían la mente y el corazón puestos en Dios y estaban vigilantes pudieron oír y descubrir al que llamaba a la puerta. Después se dieron cuenta de quién era; descubrieron que “en el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros”, como dice Evangelii gaudium (n. 179).

Quien nace en Belén, reconocido y acogido por los pastores, es el Hijo de Dios, que ha entrado en la historia ofreciendo, con su nacimiento, un brote de vida nueva para toda la humanidad; un brote de amor, de verdad, de justicia y de paz. Aparentemente no era más que un niño, a quien los pastores descubrieron pequeño, pobre y débil, a pesar de ser inmenso, rico y omnipotente. Y, en la debilidad y fragilidad de aquel pequeño, supieron ver la presencia de Dios; por eso lo adoraron. Descubrieron en el otro a Dios.

La bella historia de amor de unos pastores que encuentran a Dios en aquel niño se repite, día tras día, en la labor de los misioneros y misioneras, quienes también ven a Dios, y le adoran, en los más pobres. Y es que, en realidad, en ellos está Dios.

                                                   Anastasio Gil, Director Nacional de OMP

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