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20 de octubre de 2020

Isabel Mínguez Heredia, Misionera en Kazajstán

Soy Isa, tengo 47 años, de la tercera Comunidad Neocatecumenal de San Saturnino (Alcorcón). Fui enviada, a Aktiubinsk, una ciudad de Kazajstán, en enero del 2006, como chica en misión. Antes de partir, el Señor me concedió trabajar en la enseñanza durante 8 años, soy profesora de economía. ¡Qué palabra más bonita MISIÓN, verdad? 

No sé lo que conoceréis de este país, yo antes de ir, a penas lo localizaba en el mapa… os voy a situar un poco, antes de compartir mi experiencia. 

Es una república del centro de Asia, se independizó de la Unión Soviética en 1991. Se extiende desde el mar Caspio hasta China, su superficie es aproximadamente la de Europa occidental (7 veces España) está muy poco poblada (18 millones de habitantes). Es una inmensa estepa con un clima continental extremo: en invierno soplan los fuertes vientos de Siberia y las temperaturas descienden a 40º C bajo cero; en verano en cambio, pueden alcanzarse los 40ºC sobre cero. Un país rico en gas y petróleo. Es de mayoría musulmana. Se habla ruso y kazako. 

Estoy en Aktobe (en kazako) porque hacía falta una profesora para ayudar a los niños de una familia misionera. Cuando le dije que Sí al Señor, que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú, estaba dispuesta a ir dónde Él quisiera, a seguirle allí donde Él me estaba esperando. Le pedía que me mostrara sus huellas para seguirle. Yo soy muy indecisa. Para mí ha sido una señal, sentir cómo lo tenía todo preparado. ¿Por qué aquí? ¿Tan lejos de mi familia, de mi comunidad? ¿En un lugar que ni hubiera escogido para hacer turismo? Sólo Él lo sabe. Pero yo he visto cómo me ha precedido. En mi vida, hay dos santas especiales: Santa Teresa de Lisieux y Santa Faustina de Kovalska, y cuando llegué, me impresionó ver que había muchísimas estampas y cuadros de ellas, les tienen especial devoción. Tantos detalles que el Padre me ha mostrado. 

El frío se soporta, es difícil de contar, hay que vivirlo, algunos días menos 42 grados. A penas estamos en la calle, cuando más tiempo pasamos es cuando vamos a la parroquia andando unos veinticinco minutos. Es un paseo muy bonito. Todo blanco, con árboles secos a los lados. Lo que más me gusta es que vamos rezando el rosario, ¡cómo ayuda la Virgen!, se hace corto el camino. Las casas, que están cerca de la parroquia, donde viven algunos feligreses no tienen agua corriente, ni baño…ves a la gente con cubos, cogiendo agua de las fuentes, o tirando agua sucia. 

Nuestra parroquia, “El buen Pastor”, ¡un milagro! Me emociona la vida de fe, el testimonio del padre Thomas Karl Gumpperberg, el primer párroco. Franciscano capuchino, fue condenado a trabajos forzados a Siberia 10 años, por haber enseñado “materia religiosa” a los niños. Después de estar 6 años, le mandaron cerca de Moscú a unas minas de turba. Allí un médico judío consiguió que le trasladaran a una cárcel-hospital de tuberculosos, de limpiador, donde pudo asistir espiritualmente a los presos, siempre llevaba en la funda de sus gafas la sagrada forma. Cuando murió Stalin, pudo volver a Letonia. Y ahí no acaba su historia. Pudo haberse jubilado, sin embargo, enfermo y con 75años estuvo dispuesto a partir a Kazajstán para hacerse cargo de una pequeña comunidad de descendientes deportados católicos. 

Por las deportaciones de Stalin, “pueblos” enteros de tradición católica, de Alemania, Ucrania, Bielorrusia…fueron traídos aquí, a campos de trabajo, para repoblar estas tierras. Durante la época comunista, no había libertad religiosa, conservaron la fe de forma clandestina, se reunían a escondidas, se juntaban en secreto en las casas e incluso en el cementerio. 

El padre Thomas llegó a Aktobe en 1979. Comenzaron celebrando en una casa, que pronto se quedó pequeña, y en cuanto les dieron permiso comenzaron las obras. Los mismos feligreses, al regresar de sus trabajos, con el padre a la cabeza, levantaron el templo, entre 1981-83. 

Aún hoy muchos en Aktobe la conocen como la parroquia de “los alemanes”, al principio la liturgia era en este idioma. El cinco de enero de 1984, agotado por el trabajo, de forma súbita, partió hacia el Padre. Sus restos descansan en el cementerio de Aktobe. 

En 1993, el obispo de Asia Central conoce el Camino, y pide ayuda a sus fundadores, Kiko y Carmen, para evangelizar estas tierras. Así llegó nuestro actual párroco Tadeusz Smereczyński, y las primeras familias misioneras, una española y otra polaca. También mandaron chicas para ayudar. 

El territorio de la parroquia ha ido aumentando, gracias a las ayudas recibidas. Se ha construido un edificio donde además de la vivienda del párroco y el vicario, hay diferentes salas para catequesis, celebraciones, clases de guitarra, español…Además está Caritas parroquial, que ofrece un servicio de enfermería, comedor, lavandería y ducha. Los más necesitados reciben no sólo la posibilidad de comer un plato caliente o asearse sino también un trato humano, mostrándoles el amor de Dios. 

Durante este tiempo de misión, son muchas las gracias que he recibido del Señor, hay algo que me toca profundamente, la fuerza de la Palabra. Es impresionante. La Pa
labra, la Palabra de Dios, cómo transforma el corazón del hombre, cambia la vida, cura heridas profundas, reconcilia, consuela… Ha habido hermanos alcohólicos, que gracias a la predicación, a la escucha de la Palabra, han dejado de beber; otro hermano cuando recordó que ya desde el vientre materno Dios nos ama, sacó del hospital a su mujer ya anestesiada para abortar ; una hermana desesperada, buscando la forma de suicidarse, se encontró con el Amor de Dios (Kazajstán está entre los países con mayor porcentaje de suicidios en el mundo) ; son muchas las mujeres que han abortado, en una ocasión se acercó a la parroquia una anciana, angustiada pensando que se iba condenar porque había abortado 25 veces… Un matrimonio tártaro y dos de sus hijos, de tradición musulmana, después de un período de formación, pidieron recibir los sacramentos. Ella, se bautizó con el nombre de María, decía que le impresionaba poder leer las Sagradas Escrituras, tener acceso a la Biblia. Cada uno de ellos, un regalo, como Dios les ha puesto en mi camino, compartir sus alegrías, acompañarles en sus sufrimientos…ver cómo se transforman sus vidas, vivir con ellos la fe, es un lujo. 

Somos “un pequeño rebaño” como dijo san Juan Pablo II, en la capital, Astaná (ahora Nur-Sultán), en su visita pastoral en 2001. Somos poquitos, menos de 100, en una ciudad de 600000 habitantes. Dos comunidades, con matrimonios abiertos a la vida, con sueldos precarios (el salario medio es inferior a 400 euros, sin embargo los precios de los alimentos son similares a los de España) jóvenes, niños, muchos de los cuales no hubiesen nacido de no ser por la fe de sus padres. 

Es una alegría ver cómo crece nuestra diócesis (nació en 1999), mayor en extensión (700000km2) que España. Nuestro administrador apostólico, el padre Dariusz Buras, tiene su sede en Atyrau. Actualmente son 6 las parroquias que la forman, en varias hay hermanas de la congregación de Santa Elisabetta, y prácticamente en todas hay dos presbíteros. Hasta hace poco, sólo había uno. En un tiempo, uno de ellos pidió permiso al obispo para poder confesarse con uno ortodoxo porque el más cercano se encontraba a unos 900 km. Es una diócesis joven, los sacerdotes trabajan muchísimo, especialmente con los jóvenes. 

Aunque podría decirse que salí en misión hace casi 15 años, cada año que parto, es una “nueva” renuncia. Aún más que renunciar a los afectos, los bienes materiales, las comodidades, la seguridad de un trabajo como funcionaria…mayor es la renuncia a mí misma, salir de mis planes, proyectos, esquemas, razonamientos… A mí me gusta tener todo “controlado”, saber qué tengo que hacer para organizarme, para aprovechar bien el tiempo…pues no. En la misión no existe la rutina, cada año, cada día es distinto. Veo cómo hasta en los pequeños detalles me cuesta abandonarme totalmente a Él, descansar en Él, hacer su voluntad y no la mía. Porque, esto he experimentado que es la misión, hacer su voluntad. Por ejemplo, ahora mismo con la situación de la pandemia, no sabemos cuándo nos darán visado para volver. Aprendo cada día, que el tiempo no es para mí, si no para el Señor. Me invita a hacerme pequeña, a ponerme en sus manos, sabiendo que la misión la lleva Él. 

Estamos en Aktobe, además de nuestro párroco y el padre Jósef Siwinski, una familia murciana, otra romana (con cuatro y tres niños) y tres chicas. Descubrir en el otro a Cristo, es una gracia. El Señor me concede experimentar mi debilidad. ¡Qué difícil es la entrega verdadera, sin buscarse uno¡ Reconocer mi pobreza ha sido un regalo para encontrarme con Él, para mirarle a Él cada día, en cada momento. Cuanto más me conozco, más conozco su misericordia, su amor. Esto me permite reconocer que es Él quien actúa en mí. Es el Señor quien me concede servir, amar al otro. Es increíble la fuerza que da, sin Él no sería posible. Vivir en misión, me ayuda a estar más cerca del Él. 

Contenta con el Señor. Me da una alegría especial, y le bendigo por ello. Disfruto los regalos que me concede: la misión (de la que no soy digna); la oración; el escrute de la palabra, hablarle de tú a tú, y ver cómo siempre tiene algo nuevo, diferente qué decirme, me sorprende, es increíble cómo me conoce; las chicas con las que vivo, hay comunión entre nosotras, si no sería un infierno; los matrimonios, los niños, los hermanos de la comunidad. Todo me parece un regalo y así lo vivo. Estar en misión es un privilegio. 

Agradecida al Señor que me llamó, a la Iglesia que me envió para llevar la Buena Noticia, el Evangelio, para ser testigo del amor de Dios. ¡Qué más puedo decir…! sólo gracias, gracias, gracias. El Señor es bueno, Él es fiel. 

Rezad por la fe en Kazajstán, por los cristianos que allí viven, por sus presbíteros, por esta misión.

                                                                         DELEGACIÓN DE MISIONES-DIÓCESIS DE GETAFE

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