Hace unos meses el papa Francisco
manifestaba su aprecio a los Directores nacionales de las Obras Misionales
Pontificias “porque ayudáis a tener siempre viva la actividad
evangelizadora, paradigma de toda la obra de la Iglesia ”.
[Leer el mensaje del Santo Padre]
[Leer el mensaje del Santo Padre]
La cooperación
misionera sigue siendo el mejor indicador del dinamismo evangelizador de una
comunidad cristiana. Alguien ha dicho, con acierto, “si una comunidad cristiana
no es misionera ni es comunidad ni cristiana. Los obispos se sirven de
la
Delegación diocesana de misiones para que esta dimensión
universal y católica, que brota de la fe, impregne cualquier actividad pastoral.
Destaca como una de las principales tareas hacer presente el carisma universal
de las Obras Misionales Pontificias, por eso el obispo suele encargar a la misma
persona el oficio de la
Delegación diocesana de misiones y de la Dirección diocesana de las OMP. Si
aquella pone su punto de mira en el desarrollo de la dimensión misionera de las
comunidades cristianas diocesanas, ésta abre el horizonte para implicar a los
fieles en su cooperación la evangelización en el mundo entero. En cualquiera de
las perspectivas encuentra eco y resonancia el mandato misionero: “Id al mundo
entero…”
Al comenzar el nuevo curso es muy oportuno revisar el dinamismo y funcionamiento de este servicio de animación misionera, motor dinamizador de la confesión de la fe, la celebración de los sacramentos y el ejercicio de la caridad. Sería un error pensar y aceptar que la principal tarea de los responsables diocesanos de la misión es principalmente promover campañas de cooperación económica para tender a las Iglesias nacientes que carecen de estos recursos
económicos. Si así fuerala Iglesia local se hubiera reducido a una
ONG, especializada en la cooperación económica para proyectos pastorales.
Quienes trabajan en una diócesis en la actividad específica de la animación,
formación y cooperación misionera son conscientes de que su aportación a la vida
de la comunidad diocesana es suscitar y desarrollar la catolicidad. Tarea por
tanto irrenunciable y obligatoria para cada bautizado, pero para algunos a modo
de ministerio eclesial: “ser una herramienta privilegiada para la educación en
el espíritu universal misionero y en la comunión y colaboración cada vez más
intensas entre las iglesias para el anuncio del Evangelio en el mundo”
(Francisco Roma, 17 mayo 2013). Cada obispo, solícito con el Santo Padre en
la Evangelización de los Pueblos, se sirve de
este instrumento privilegiado para ayudar a las parroquias y a los fieles a
vivir la fe en su dimensión misionera, bien expresada en aquella acertada
afirmación conciliar: “hacer que cada diócesis sea misionera”.
Al comenzar el nuevo curso es muy oportuno revisar el dinamismo y funcionamiento de este servicio de animación misionera, motor dinamizador de la confesión de la fe, la celebración de los sacramentos y el ejercicio de la caridad. Sería un error pensar y aceptar que la principal tarea de los responsables diocesanos de la misión es principalmente promover campañas de cooperación económica para tender a las Iglesias nacientes que carecen de estos recursos
económicos. Si así fuera
Anastasio
Gil,
Director Nacional de OMP
Director Nacional de OMP
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