Todos nos sorprendemos y nos quedamos boquiabiertos cuando conocemos un misionero que nos cuenta sus aventuras y desventuras por ayudar al prójimo en condiciones realmente difíciles. Son misioneros que están donde nadie quiere estar por causa de las guerras, epidemias, desastres naturales… son misioneros que entregan su vida por el servicio a los más abandonados, los últimos, los más perdidos.
¡Y encima se les ve contentos! Pero lo que vemos no es lo que más impresiona. Eso lo hacen muchos, o lo podrían hacer muchos, siempre y cuando lo cobraran adecuadamente. Lo que impresiona es que lo hacen por amor, por amor a Dios, y por ello, por amor al hombre.
Sí, lo hacen porque son cristianos, creyentes, enamorados del Señor y lo hacen porque no pueden no hacerlo cuando tienen delante alguien que necesita de ese amor y servicio. Pero los misioneros son heroicos cuando entregan su vida sin esperar nada a cambio, aunque esa entrega no se haga en condiciones de persecución, de guerra, de hambruna o de desastre. Son heroicos porque aman sin medida, que esa es la medida del amor de Cristo. Y lo hacen por encima de sus deseos personales.
La vida misionera es toda ella siempre una bendición, y los cristianos sabemos que es una tarea apasionante siempre, emocionante siempre, ilusionante siempre. Pero también, siempre, es dura, es sacrificada, es entregada, es… ¡enamorada!
Estamos iniciando un nuevo curso misionero, no nos olvidemos que los misioneros siguen trabajando por un mundo mejor, porque dan el Amor. ¡Mejor! Porque dan el a Jesús. Y con Jesús dan consuelo, fortaleza y ánimo.
Delegado Episcopal de Misiones de Madrid












































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