SUDÁN Y LOS MISIONEROS
8 de febrero, Día de santa Josefina Bakhita
El mensaje de hoy es un poco diferente a los anteriores. Esta vez no cuento
cosas que he hecho recientemente en Lagarba, sino cosas que he visto, oído y
reflexionado, y algunos detalles de mi historia personal. Dejo la actualidad de
mi pequeña misión de Lagarba para el próximo mensaje.
Pasada la Navidad etíope, que fue el el 7 de enero, fui unos días a Jartum, la
capital de Sudán, el país vecino, a darles un retiro a las Misioneras de la
Caridad de la Madre Teresa, que tienen cuatro casas en ese país. Estuve también
con el P. Jorge Naranjo, misionero comboniano que lleva varios años trabajando
en Sudán. A Jorge lo conocí hace unos años por una amiga común; resulta que
ambos somos de Majadahonda y ambos éramos de la parroquia de Santa María, qué
coincidencias de la vida. En esos diez días en Jartum y Omdurman pude conocer
más de cerca la figura de Daniel Comboni (1831-1881), sus viajes apostólicos y
aventuras, sus ideas para la regeneración de África, su ilusión por el avance
de la civilización y de la fe cristiana, y sus empeños por la alfabetización y
la supresión de la esclavitud en el África negra. Los misioneros comboninanos
dirigen escuelas y una universidad, y otras congregaciones llevan también
décadas dedicadas a la asistencia de enfermos y desplazados. El gran proyecto
de Comboni era la "Regeneración de África por los africanos".
Crece mi admiración por los misioneros de todas las épocas, hombres y mujeres
que emprendían largos viajes y se sometían a fatigas y privaciones, y dejaron sembrada
la semilla de la fe. Casualmente, San Daniel Comboni tenía una especial amistad
y hasta veneración por el que fue el primer obispo de mi Vicariato de Harar en
Etiopía: el cardenal italiano Guglielmo Massaja (1809-1889), franciscano
capuchino. Massaja inició las misiones en las que mis compañeros y yo seguimos
trabajando ahora hasta la frontera somalí, ciento treinta años después:
Midagdu, Karramile, Chelenko, Doba, Jarra, Chaffe, Awale, Dire Dawa, Lagarba,
entre otras.
En Jartum, Sudán, confluyen los dos nilos, y es un espectáculo único: el Nilo
Blanco, que nace a miles de kilómetros al sur, en el lago Victoria, y el Nilo
Azul, que tiene sus fuentes en la alta Etiopía. De allí, de Jartum, sale un
Nilo único hacia el norte, hasta su desembocadura en el delta del litoral
egipcio. Este río es de los más míticos de la historia universal, citado en la
literatura antigua, en Homero, en el libro del Éxodo, y obviamente en la
escritura jeroglífica egipcia. África sigue representando un misterio. Sabéis
que no salí de España para hacer turismo o estudios etnográficos, que bien poco
me interesan. Vine a vivir en sencillez, a decir Misa a la gente de Lagarba, a
ser su cura, y a ayudar en lo posible a la gente y a las monjas y a mi obispo
de aquí. Pero al final dices que sí a una petición de las monjas, casi a
regañadientes dejas tu misión un par de semanas, coges un avión para ir al país
vecino para predicar un retiro a sus hermanas, y acabas viendo cosas especiales
que no te esperabas y oyes historias más increíbles aún. Aprendes historia,
aprendes sobre la Iglesia y sobre el Islam, y ves otras culturas y expresiones,
climas y geografía, y el actual desarrollo de África en sus ciudades. Y
combinas esa información con todo lo que habías aprendido anteriormente. Los
libros, internet y los medios audiovisuales te pueden enseñar cosas, pero al ir
en persona captas mucho más la índole de esos lugares y esas gentes.
A propósito de las fuentes del Nilo Azul, en el norte de Etiopía, os tengo que
mencionar el nombre de una figura que me cautiva y cuya historia aún me parece
increíble: el misionero jesuita español Pedro Páez, que fue cautivo durante
siete años en Aden, Arabia -intentaba arribar a las costas de Etiopía por barco
desde la India- y fue el primer europeo en llegar a las fuentes del Nilo Azul
en 1618. Convirtió a la fe católica al emperador etíope, conocido en las
leyendas medievales como el Preste Juan, y murió en la ciudad de Gorgora en
1622. Luego esa misión jesuítica fracasó y el país estuvo cerrado durante tres
siglos a la entrada de misioneros católicos y a europeos en general.
Antes de ordenarme sacerdote en el 2007, cuando estudiaba teología, había
cursos extra de evangelización y misionología en la Facultad, pero nunca tuve
motivos o tiempo entonces para apuntarme a esas clases. Sírvanme como formación
misionera las historias verídicas y ampliamente documentadas de personas como
Francisco Javier (+1552, Isla de Sanxian, China) Toribio de Mogrovejo (+1606,
Perú), Matteo Ricci SJ (+1610, la Ciudad Prohibida - Beijing), Eusebio Kino SJ
(+1711, Primería Alta - México) o de la beata Ana María Javouhey que, aunque
murió en 1851 en París, había fundado escuelas de su nueva orden de San José de
Cluny en Islas Reunión, Martinica y Guinea, y sus obras, coventos y colegios,
se extendieron a la India, Tahití, Madagascar, Angola, hasta 60 países. A esta
monja francesa del s. XIX algo le deberé yo, que estudié toda la EGB en el
colegio de San José de Cluny en Pozuelo. Las "madres" del Cluny
-muchas de ellas eran gallegas-, además de enseñarnos francés y matemáticas,
nos hablaban de las misiones, del Domund, de la fundadora Ana María. De niño no
te enteras de nada, pero ahí estás, escuchando y recibiendo, casi sin darte
cuenta, una cultura y una forma de ver la vida, que luego te das cuenta que
conecta con el deseo de conocer la verdad y dar a conocer la verdad. Te haces
mayor y agradeces profundamente haber tenido testimonios, haber recibido de
niño esperanza, y una educación, aunque imperfecta, realmente cristiana.
Sudán es el cuarto país africano que he visitado en mi vida, después de
Marruecos, Mali y Etiopía. Es la región antiguamente llamada Nubia y lleva
siglos islamizada, el árabe es la lengua oficial, todo está en árabe, y la
venta y el consumo de alcohol es ilegal. Nuestros cristianos rezan en árabe, y
el vino de Misa se fabrica clandestinamente a partir de uvas pasas. El
futuro del país es incierto: sólo hace un par de años se derogó la Sharia como
ley civil, la situación política es inestable, y hay protestas frecuentes, y es
el ejército el que ejerce el poder. Desde Mahdi hasta Omar Al-Bashir, todos los
regímenes han sido opresivos y dictatoriales. Los días que estuve allí había
manifestaciones y calles cortadas y se sentían en el aire los gases
lacrimógenos, y ése es el pan cotidiano. Hay un millón de católicos en el país,
y otras minorías cristianas y animistas.
Yo antes no sabía nada de Sudán, sólo había visto en la tele imágenes de Darfur
allá por 2003, cuando el genocidio y los inmensos campos de refugiados, que
continúan hasta la fecha. También había oído hablar de la sudanesa Josefina
Bakhita, que fue vendida como esclava varias veces en los mercados de Jartum,
fue golpeada y maltratada durante años, y acabó siendo liberada y trasladada a
Italia, donde se consagró a Dios y se hizo religiosa. Fue canonizada por Juan
Pablo II y Benedicto XVI resume su historia en el n. 3 de la encíclica Spe
Salvi para ponerla como modelo de mujer de esperanza ilimitada. De ella se han
escrito varios libros, y hay una película. Vi su imagen en todas las casas y
capillas que visité en Jartum, y muchas niñas se llaman "Bakhita" por
ella. Impresiona que una pobre esclava negra se convierta en un icono, en un
germen de renovación para un país y un continente siempre amenazado y golpeado
por la guerra.
Volviendo ahora a Etiopía, os pido que recéis por un buen hombre de mi zona,
llamado Birhanu Petros, 50, casado y con cuatro hijos, que procede de la misión
católica de Edjefara. Vive en Asebe Teferi, y ayuda a los sacerdotes en algunas
tareas pequeñas de la parroquia de allí. El caso es que hace cuatro años le
hicieron varias operaciones y al final una colostomía, porque tenía
complicaciones en el intestino. Para más inri, después de esa operación tuvo un
accidente al caerse de un tuk-tuk (o bajaj, como los llaman aquí), y se le
abrió la tripa y casi se muere. Aunque poco a poco se recuperó, es muy
fastidiado vivir con una colostomía permanente, pues en Etiopía es difícil
encontrar bolsas de colostomía, y aquello sale sin avisar, y con los olores y
todo es muy incómodo, casi te tienes que aislar socialmente, y así llevaba el
buen hombre cuatro años. O sea que, por insistencia de los sacerdotes, a
principios de diciembre me llevé a Birhanu a varios hospitales, en Adama, donde
estaba su historial clínico, y en Addis Abeba, donde hay mejores hospitales, y
tuve que ausentarme dos semanas de mi misión de Lagarba, y le llavaba casi de
la mano a cada prueba y consulta, pues el hombre se desorientaba. Después de
muchas pruebas de laboratorio, de laparoscopia y de colonoscopia, los cirujanos
dictaminaron que la colostomía no se podía revertir. O sea que todo nuestro
esfuerzo fue en vano. Todavía le quedan unos días de reposo en la capital, y al
final volverá a casa igual que estaba. Pero quería contaros esto, porque aunque
en mis mensajes suelo compartir lo bonito, lo exitoso, sin embargo la vida de
la misión está sembrada de fracasos. Me ahorro el contároslos, porque siempre
puede haber alguien más sensible, más aprensivo, y le chafo el día y se queda
con lo negativo. Gracias a Dios, los fracasos no me desmoralizan. En el plano
sobrenatural, los fracasos, aunque son amargos, son lo mejor, porque te hacen
recordar por qué estás aquí y para quién haces las cosas. Creo que cualquier
sacerdote de mi diócesis de Getafe puede entender lo que digo: el fracaso en
las mil primeras cosas que intentas es el punto de partida. Vine a la misión
para obedecerle, para hacer su voluntad, y ése es mi salario. Ni un éxito, ni
la gratitud de la gente, ni mi satisfacción personal, son el quicio de todo
esto. Birhanu está más tranquilo ahora, y acepta su situación, despejada la
duda de que se ha hecho todo lo posible. Si aun después de intentar algo por
muchos medios y haber fracasado tienes después mayor paz en el corazón, eso en
sí mismo es de apreciar. En la misión casi todo fracasa, y te tienes que educar
en ver lo positivo, los regalos de Dios, los detalles, la evolución de las
almas buenas. Da igual que todo fracase aparentemente si al final las
Bienaventuranzas (Mt 5), las promesas de Cristo, son verdad.
Los años en la misión me están haciendo ver lo importantes que son la Medicina
y la Sanidad, y la educación a la población general para prevenir enfermedades.
Buena alimentación, buena higiene, agua limpia, viviendas dignas, y evitar
conductas de riesgo y hábitos dañinos. Observo, estoy aprendiendo mucho, y
valoro como una perla preciosa a los sanitarios a los que les importa la
persona enferma que sufre, ya sean cuidadores, médicos, enfermeros o celadores.
Las mismas misioneras de la Madre Teresa, al menos las que yo he conocido, son
un modelo. En mis cinco años aquí he visto y acompañado a varias personas hasta
la muerte, enfermos de Sida, enfermos de tuberculosis, personas con tumores de
todo tipo, accidentados, elefantiasis aguda en las piernas, mastitis, bocio de
la tiroides, heridas infectadas que se dejan meses sin tratar, colitis y
enfermedades de transmisión sexual. Otras veces, con tratamiento y paciencia,
se recuperan y curan del todo. Cuando trabajas con enfermos, con gente pobre o
sin familia o procedente de zonas rurales remotas, ves estados avanzados de
enfermedad y deterioro que muy raramente verías en nuestros países
desarrollados, llevan años bregando con molestias y dolores fuertes. La vida de
Salomon Shimelis y su cuñada Ruman Ishetu, por ejemplo, ambos enfermos de asma
y vecinos míos en Lagarba, ha mejorado enormemente desde el año pasado, cuando
les llevé a Addis Abeba a varios chequeos en buenos hospitales, y el neumólogo
dio con el medicamento (Symbicort, un tratamiento por inhalación) que les
funciona estupendamente. Siempre que voy a Addis tengo de acordarme de comprar
varios tubos, porque en la zona rural no se comercializan, además son caros y
Salomon o Ruman no se lo podrían permitir. Cuando gasto dinero en medicamentos
y tratamiento, es cuando más feliz me lo gasto.
Os dejo por ahora, amigos. Unidos en la Eucaristía. Os encomiendo siempre,
pedid por mí.
P. PAUL SCHNEIDER, MISIONERO EN LAGARBA (ETIOPIA)
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