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4 de abril de 2023

Carta del P. Paul Schneider, Misionero en Lagarba, Etiopía


Queridos amigos. 

Siempre rezo por vosotros, por vuestras intenciones, vuestra salud, vuestras familias. Espero que estéis bien, guardo en la memoria la relación con cada uno de vosotros, como el que guarda gemas preciosas en un cofre. La amistad, el amor, vuestras casas, vuestros hijos, los consejos, la presencia, el servicio, la comprensión. Es admirable cómo funciona nuestra memoria, que en la distancia y en la ausencia uno valora tanto los gestos de amor que ha dado y recibido, los detalles que tejen la vida, todo lo vivido.
Todos sentimos el deseo de ser mejores, de hacer felices a los demás, de olvidarnos de nosotros mismos, de vivir para una gran pasión. Queremos pasar página y empezar de nuevo, enterrar todos nuestros males: egoísmos, manías, inseguridades. Esto le sucede a toda persona en cualquier sitio, en Lagarba, en Madrid o en Chicago. Ahora bien, os diré que envidio a la gente de Lagarba por su sencillez. A la gente con la que vivo no parece preocuparles mucho el pasado ni el futuro, y en gran medida aceptan la vida como es.

Dios ha hecho el sol y el firmamento, ha provisto a la naturaleza de una belleza y vitalidad cuya sola observación puede levantarnos de nuestras tristezas. Los que nos hemos criado en las ciudades sabemos que nos falta algo, pues nuestro contacto con el sol, el viento, la agricultura y los animales, y la vista de montañas, valles y ríos han sido muy ocasionales. Nos hemos pasado la vida bajo techo, en aulas, oficinas, y transportes. Para protegernos de la intemperie, de la inclemencia del tiempo, nos hemos privado de las experiencias que tuvieron nuestros antepasados, la mayoría de los cuales vivieron en el campo, en pueblos pequeños, dedicados a la agricultura y la ganadería. Apenas hemos tenido esa experiencia de riesgo, de emoción, de vulnerabilidad y fragilidad, de la importancia del hogar, de la familia y de la religión, la dependencia de la tierra, de la lluvia y de las cosechas, y de los remedios tradicionales para la salud. Tampoco hemos sentido el terror que inspiraban las fieras salvajes, las tinieblas y las tormentas, ni el gozo de las fiestas y la alegría de la pequeña comunidad.

Los dos que están en la foto son Asnake y su padre Fikere. De Fikere ya os hablé algo en el mensaje del pasado agosto: dejó una vida de alcohol y soledad cuando le propuse venir a vivir a la misión. Su salud ha mejorado mucho, y hace una labor estupenda como pastor de nuestras cabras. Tenemos dos machos y nueve hembras, varias de las cuales están preñadas. Cuida de ellas como un padre: todos los días, hacia la una de la tarde, saca las cabras a apacentar, y vuelve sobre las cinco y las mete en el establo. Por las mañanas limpia el establo y amontona fuera el estiércol, que servirá como excelente abono para el cafetal y las papayas. Ahora hemos adquirido una burra, que también está preñada, y nos ayudará con algunas cargas de grano, de la misión al molino, y vuelta a la misión. Para proteger a la burra y a las cabras de las hienas son indispensables los perros, que alertan por la noche y ladran como locos cuando se acercan hienas. De no haber establo y los dos perros que tenemos, las hienas devorarían a las cabras o a la burra en cuestión de minutos. Una hiena hambrienta puede devorar de una vez dos cabras fácilmente. Y suelen actuar de noche, cuando los humanos dormimos.

Fikere, además, toca la campana de la misión tres veces al día, y se oye en todo el valle: al amanecer, al mediodía y al atardecer. Así todos los que lo oyen levantan el pensamiento hacia Dios, lo mismo que los musulmanes llaman a la oración por los altavoces de sus pequeñas mezquitas rurales. Por propia devoción, Fikere viene a Misa por las mañanas, y por la tarde se sienta en un banco del soportal con su rosario en mano, y se pasa un rato en silencio, él solo. Aunque yo soy cura, y me sé toda mi teología, no puedo menos que admirar la fe sencilla de los campesinos, y ellos me recuerdan mi profunda vocación a ser padre en la fe. Aquí la fe, la relación con Dios, es algo previo a mí, y yo estoy llamado a custodiarlo y favorecerlo. Pasan los años y me doy cuenta que nadie es recordado por los proyectos o carreteras que hizo. Todos sin embargo recuerdan si fueron amados y la vida nueva que trajo la semilla de la fe. Cuando era joven, leí y quedé tocado por el testimonio de conversión de la atea rusa Tatiana Goricheva, y ahora la entiendo mejor. Ella encontró en la fe sencilla de los campesinos la respuesta al vacío del corazón y la angustia existencial.

Me alegro por el hijo de Fikere, Asnake, que ya está hecho un hombre, y que ahora ve a su padre tan bien cuidado y ocupado con nosotros en la misión. Aunque aún no está casado, Asnake ya se encarga de arar y cultivar el pequeño terreno de su padre, y encima este año ha arrendado por su cuenta otras tierras, lo cual es un buen signo de madurez, de diferir la gratificación, porque en las labores del campo al principio todo es desembolso, preparación, gastos, trabajo y sudor, y los frutos tan deseados llegan después de cinco, seis u ocho meses, dependiendo del cultivo. El sorgo es lo que más tarda, no sólo por el tiempo que le lleva crecer y dar fruto, sino también porque una vez cortado el tallo, tiene que secarse para que todos los granos salgan de las vainas en la trilla, que se hace vareando con fuerza sobre una lona, y luego se aventa la parva. Al final, desde las primeras veces que se pasa el arado por la tierra para prepararla para la siembra, hasta que se vende el grano en el mercado, pasando la siega y la trilla, pasan unos diez meses. Los jóvenes como Asnake son un buen ejemplo para muchos otros. Los hay que sólo piensan en divertirse, y los hay también que honran a sus mayores, que se entregan al trabajo, que se llevan bien con todos. Los mayores tenemos la gran tarea de bendecir y alentar a la generación emergente que son los jóvenes.

Hay una mujer, una madre joven, por la que os pido oraciones. Se llama Almaz Ayele, y está enferma. Ya van dos veces que la he llevado a ella junto con otros enfermos al centro de salud de la ciudad de Asebe Teferi, y le han hecho pruebas de laboratorio y de escáner, y le han recetado algunas medicinas, y se ha recuperado, pero tantas veces ha vuelto a recaer. Hace un par de semanas nos asustó su estado, porque deliraba y parecía estar en agonía, no se sabe lo que tiene. En esa ocasión le di la unción de enfermos y le pedí a un par de vecinas que estaban peleadas con ella que vinieran y se reconciliaran, por si se iba, y así lo hicieron. Ha salido del bache, pero sigue endeble. Ella y su marido Fikadu tienen cuatro pequeños, son una familia piadosa y tienen buen corazón. Fikadu es muy trabajador, y lleva dos años tirando de la familia, con la pena de ver así a su mujer. En la zona donde viven, en Gobenti, hay una capilla dedicada a Santa Teresita del niño Jesús y, como son muy devotos, a la primera hija la llamaron Tireza, la niña tiene ahora unos doce años.

Dice un buen amigo mío que hay una profunda relación entre la Eucaristía, la Virgen María, y las gentes del mundo rural. Es curioso que las apariciones de Nuestra Señora en los últimos siglos casi siempre han sido a niños o jóvenes que eran pastores o labradores en aldeas pequeñas. El sentido del pan de cada día y de la necesidad de una madre lo tenían muy presente estas almas pequeñas. Eran analfabeltos, y sin embargo tenían otras cualidades muy importantes, como la sencillez y la humildad. Mi gente de Lagarba es así. Y tampoco son nada ñoños, al contrario, son divertidos y avispados, pero tienen ese sentido antiguo del respeto, de reverencia para las cosas nobles.

Una gran noticia es que por fin hemos hecho una casa, con su caseta adyacente como cocina, en el barrio de Bilalu, en el terreno de la capilla de San Antonio. Allí van a vivir Gezahagn Mengistu y su esposa Biti Yosef, y sus cuatro hijos pequeños. Gezahagn tiene unos 28 años, y de chaval estudió en el seminario menor de Asebeteferi, por lo que sabe leer y escribir en amhárico y en oromo, y tiene una buena formación para ser catequista en esa zona que está a dos horas de camino de mi misión. Esta capilla es una extensión de mi parroquia de san Francisco, por lo que, detrás del obispo yo soy el último responsable de la misma. En Bilalu sólo hay cuatro familias católicas, y todos ancianos, pues sus hijos se han ido haciendo musulmanes al casarse, o han emigrado en la ciudad. Sólo hay una familia joven, la de Desalgn Feleke, pero con Gezahagn ya serán dos. Además, hemos comprado dos terrenos contiguos a la capilla, de nuestro vecino Mohammed Nure, para que el catequista pueda trabajar la tierra y ganarse el sustento. En Bilalu antaño había muchas familias católicas, más aún, descubrí que mi misión se llamaba al principio San Francisco-Bilalu, como atestiguan los libros de Bautismos de finales del siglo XIX que tengo en mi casa, por lo que tal vez fue en foco original, y luego el centro de la misión se desplazó a Lagarba, donde vivo y está la iglesia principal. Pero al no haber allí en Bilalu presencia del sacerdote, la fe se fue apagando, y ahora el pueblo católico está en los mínimos. Por lo tanto, este envío del catequista es como una jugada estratégica, sacar una familia de su zona de Gobenti y ponerla ahí en Bilalu como colonos. Tuve esta inquietud desde que fui nombrado párroco en Lagarba, hace cinco años, cuando visité una de las primeras veces esta zona de Bilalu y me contaron que hace un par de décadas todavía había unas treinta familias católicas, pero que ahora sólo quedaban cuatro, muy mayores, y me dio una pena enorme, que estuviéramos allí al borde de la extinción. Porque no es que la zona haya quedado despoblada, todo lo contrario, la población general, y los musulmanes en particular, han aumentado mucho allí. Antes de la Pascua, en un par de semanas, tendremos a este buen hombre, Gezahagn, viviendo allí, y es ciertamente un motivo para congratularnos. Tampoco es que yo confíe en los meros medios humanos, en las estrategias, en poner a una persona aquí o allá, porque además la fe no funciona así. Pero la presencia de testigos es clave, y no es lo mismo dejar un sitio histórico abandonado y visitarlo sólo una vez al año, que facilitar un flujo constante de visitas, y la mujer de Gezahagn o alguno de los niños siempre estarán en casa, para dar la llave a cualquiera que quiera entrar a rezar, y dar calor al lugar. Sabéis que amo mucho a los musulmanes, y no los siento como enemigos, y eso que algunos aquí nos han hecho algunas jugarretas, o son suspicaces si creen que ayudo más a los cristianos que a ellos, pero he venido a anunciar a Cristo, y al tratar con ellos, entre los cuales tengo muchos amigos, es como si quisiera decirles, "si conocieras el don de Dios..." (Cfr. Jn 4, 10). En la historia de la expansión del Islam, como en todas las corrientes culturales, políticas y religiosas, ha habido distintas épocas, de decadencia y resurgimiento, de desgaste y renovación. Cuando llegaron aquí los PP. Capuchinos en 1891, el Islam estaba en una época de declive, pero ahora, en las últimas décadas, se han hecho fuertes, y son muy numerosos. Y, por mí, todo sirve para bien de los que aman a Dios (Rm 8, 28), porque de no haber sucedido así yo no vería la magnitud de la misión que Dios me ha dado. Una cosa que he aprendido viviendo entre una mayoría musulmana es que la evangelización directa no la hacemos tanto los curas y monjas, cuanto las familias cristianas. En todo país, pero especialmente en los lugares donde prevalece el Islam, son esenciales las familias cristianas, su presencia, su crecimiento, la calidad de su cultura y de su amor, el testimonio y la intensidad de una comunidad que estudia la Palabra y se reúne para la Eucaristía.

Procuro ir allí a celebrar Misa a Bilalu por lo menos una vez al mes, el día 6 de cada mes etíope, pues el 6 es el día de san Antonio, todos los meses. Todos los católicos de Lagarba están muy ilusionados con esta novedad, el tener una familia joven viviendo allí, y cuando vayan al mercado de Rabsu los martes pueden pasar a la capilla de Bilalu, que está muy cerca, y descansar con esta familia, y hacer una oración al santo, o incluso quedarse a dormir. La fiesta anual, el 13 de junio, que aquí siempre cae en el 6 del mes de Sene, es muy bonita. Vienen coros de las parroquias vecinas de Dhebiti (a dos horas de camino) y de Edjefara (a cuatro horas de camino). O sea que ese día los jóvenes y algunos más que tienen hecha alguna promesa se pegan el madrugón para llegar a misa a las ocho de la mañana, y al terminar la misa se hace una mini-procesión del Corpus dando tres vueltas a la capilla con el Santísimo en la custodia, como paraguas cubiertos de terciopelo de colores, los jóvenes vitoreando y cantando con tambores, y el estandarte con la imagen del santo. Para finalizar, todos nos sentamos en la hierba, se bendice el pan que traen y un brebaje de cebada fermentada, y comemos juntos.

Pedid a San Antonio, como hago yo todos los días, para que el pueblo recupere la ilusión y el vigor de la fe. La fe es lo que siempre me ha movido a mí a salir de mí mismo, a compartir lo que tengo, a sonreír, amar y perdonar.

Por ahora es bastante, os encomiendo a nuestro Señor, pedid por mí en el altar.

Abrazos,


P. Paul Schneider 

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