Queridos amigos.
Siempre rezo por vosotros, por vuestras intenciones, vuestra salud, vuestras
familias. Espero que estéis bien, guardo en la memoria la relación con cada uno
de vosotros, como el que guarda gemas preciosas en un cofre. La amistad, el
amor, vuestras casas, vuestros hijos, los consejos, la presencia, el servicio,
la comprensión. Es admirable cómo funciona nuestra memoria, que en la distancia
y en la ausencia uno valora tanto los gestos de amor que ha dado y recibido,
los detalles que tejen la vida, todo lo vivido.
Todos sentimos el deseo de ser mejores, de hacer felices a los demás, de
olvidarnos de nosotros mismos, de vivir para una gran pasión. Queremos pasar
página y empezar de nuevo, enterrar todos nuestros males: egoísmos, manías,
inseguridades. Esto le sucede a toda persona en cualquier sitio, en Lagarba, en
Madrid o en Chicago. Ahora bien, os diré que envidio a la gente de Lagarba por
su sencillez. A la gente con la que vivo no parece preocuparles mucho el pasado
ni el futuro, y en gran medida aceptan la vida como es.
Dios ha hecho el sol y el firmamento, ha provisto a la naturaleza de una
belleza y vitalidad cuya sola observación puede levantarnos de nuestras
tristezas. Los que nos hemos criado en las ciudades sabemos que nos falta algo,
pues nuestro contacto con el sol, el viento, la agricultura y los animales, y
la vista de montañas, valles y ríos han sido muy ocasionales. Nos hemos pasado
la vida bajo techo, en aulas, oficinas, y transportes. Para protegernos de la
intemperie, de la inclemencia del tiempo, nos hemos privado de las experiencias
que tuvieron nuestros antepasados, la mayoría de los cuales vivieron en el
campo, en pueblos pequeños, dedicados a la agricultura y la ganadería. Apenas
hemos tenido esa experiencia de riesgo, de emoción, de vulnerabilidad y
fragilidad, de la importancia del hogar, de la familia y de la religión, la
dependencia de la tierra, de la lluvia y de las cosechas, y de los remedios
tradicionales para la salud. Tampoco hemos sentido el terror que inspiraban las
fieras salvajes, las tinieblas y las tormentas, ni el gozo de las fiestas y la
alegría de la pequeña comunidad.
Los dos que están en la foto son Asnake y su padre Fikere. De Fikere ya os
hablé algo en el mensaje del pasado agosto: dejó una vida de alcohol y soledad
cuando le propuse venir a vivir a la misión. Su salud ha mejorado mucho, y hace
una labor estupenda como pastor de nuestras cabras. Tenemos dos machos y nueve
hembras, varias de las cuales están preñadas. Cuida de ellas como un padre:
todos los días, hacia la una de la tarde, saca las cabras a apacentar, y vuelve
sobre las cinco y las mete en el establo. Por las mañanas limpia el establo y
amontona fuera el estiércol, que servirá como excelente abono para el cafetal y
las papayas. Ahora hemos adquirido una burra, que también está preñada, y nos
ayudará con algunas cargas de grano, de la misión al molino, y vuelta a la
misión. Para proteger a la burra y a las cabras de las hienas son
indispensables los perros, que alertan por la noche y ladran como locos cuando
se acercan hienas. De no haber establo y los dos perros que tenemos, las hienas
devorarían a las cabras o a la burra en cuestión de minutos. Una hiena hambrienta
puede devorar de una vez dos cabras fácilmente. Y suelen actuar de noche,
cuando los humanos dormimos.
Fikere, además, toca la campana de la misión tres veces al día, y se oye en
todo el valle: al amanecer, al mediodía y al atardecer. Así todos los que lo
oyen levantan el pensamiento hacia Dios, lo mismo que los musulmanes llaman a
la oración por los altavoces de sus pequeñas mezquitas rurales. Por propia
devoción, Fikere viene a Misa por las mañanas, y por la tarde se sienta en un
banco del soportal con su rosario en mano, y se pasa un rato en silencio, él
solo. Aunque yo soy cura, y me sé toda mi teología, no puedo menos que admirar
la fe sencilla de los campesinos, y ellos me recuerdan mi profunda vocación a
ser padre en la fe. Aquí la fe, la relación con Dios, es algo previo a mí, y yo
estoy llamado a custodiarlo y favorecerlo. Pasan los años y me doy cuenta que
nadie es recordado por los proyectos o carreteras que hizo. Todos sin embargo
recuerdan si fueron amados y la vida nueva que trajo la semilla de la fe.
Cuando era joven, leí y quedé tocado por el testimonio de conversión de la atea
rusa Tatiana Goricheva, y ahora la entiendo mejor. Ella encontró en la fe
sencilla de los campesinos la respuesta al vacío del corazón y la angustia
existencial.
Me alegro por el hijo de Fikere, Asnake, que ya está hecho un hombre, y que
ahora ve a su padre tan bien cuidado y ocupado con nosotros en la misión.
Aunque aún no está casado, Asnake ya se encarga de arar y cultivar el pequeño
terreno de su padre, y encima este año ha arrendado por su cuenta otras
tierras, lo cual es un buen signo de madurez, de diferir la gratificación,
porque en las labores del campo al principio todo es desembolso, preparación,
gastos, trabajo y sudor, y los frutos tan deseados llegan después de cinco,
seis u ocho meses, dependiendo del cultivo. El sorgo es lo que más tarda, no
sólo por el tiempo que le lleva crecer y dar fruto, sino también porque una vez
cortado el tallo, tiene que secarse para que todos los granos salgan de las
vainas en la trilla, que se hace vareando con fuerza sobre una lona, y luego se
aventa la parva. Al final, desde las primeras veces que se pasa el arado por la
tierra para prepararla para la siembra, hasta que se vende el grano en el
mercado, pasando la siega y la trilla, pasan unos diez meses. Los jóvenes como
Asnake son un buen ejemplo para muchos otros. Los hay que sólo piensan en
divertirse, y los hay también que honran a sus mayores, que se entregan al
trabajo, que se llevan bien con todos. Los mayores tenemos la gran tarea de
bendecir y alentar a la generación emergente que son los jóvenes.
Hay una mujer, una madre joven, por la que os pido oraciones. Se llama Almaz
Ayele, y está enferma. Ya van dos veces que la he llevado a ella junto con
otros enfermos al centro de salud de la ciudad de Asebe Teferi, y le han hecho
pruebas de laboratorio y de escáner, y le han recetado algunas medicinas, y se
ha recuperado, pero tantas veces ha vuelto a recaer. Hace un par de semanas nos
asustó su estado, porque deliraba y parecía estar en agonía, no se sabe lo que
tiene. En esa ocasión le di la unción de enfermos y le pedí a un par de vecinas
que estaban peleadas con ella que vinieran y se reconciliaran, por si se iba, y
así lo hicieron. Ha salido del bache, pero sigue endeble. Ella y su marido
Fikadu tienen cuatro pequeños, son una familia piadosa y tienen buen corazón.
Fikadu es muy trabajador, y lleva dos años tirando de la familia, con la pena
de ver así a su mujer. En la zona donde viven, en Gobenti, hay una capilla
dedicada a Santa Teresita del niño Jesús y, como son muy devotos, a la primera
hija la llamaron Tireza, la niña tiene ahora unos doce años.
Dice un buen amigo mío que hay una profunda relación entre la Eucaristía, la
Virgen María, y las gentes del mundo rural. Es curioso que las apariciones de
Nuestra Señora en los últimos siglos casi siempre han sido a niños o jóvenes
que eran pastores o labradores en aldeas pequeñas. El sentido del pan de cada
día y de la necesidad de una madre lo tenían muy presente estas almas pequeñas.
Eran analfabeltos, y sin embargo tenían otras cualidades muy importantes, como
la sencillez y la humildad. Mi gente de Lagarba es así. Y tampoco son nada
ñoños, al contrario, son divertidos y avispados, pero tienen ese sentido antiguo
del respeto, de reverencia para las cosas nobles.
Una gran noticia es que por fin hemos hecho una casa, con su caseta adyacente
como cocina, en el barrio de Bilalu, en el terreno de la capilla de San
Antonio. Allí van a vivir Gezahagn Mengistu y su esposa Biti Yosef, y sus
cuatro hijos pequeños. Gezahagn tiene unos 28 años, y de chaval estudió en el
seminario menor de Asebeteferi, por lo que sabe leer y escribir en amhárico y
en oromo, y tiene una buena formación para ser catequista en esa zona que está
a dos horas de camino de mi misión. Esta capilla es una extensión de mi
parroquia de san Francisco, por lo que, detrás del obispo yo soy el último
responsable de la misma. En Bilalu sólo hay cuatro familias católicas, y todos
ancianos, pues sus hijos se han ido haciendo musulmanes al casarse, o han
emigrado en la ciudad. Sólo hay una familia joven, la de Desalgn Feleke, pero
con Gezahagn ya serán dos. Además, hemos comprado dos terrenos contiguos a la
capilla, de nuestro vecino Mohammed Nure, para que el catequista pueda trabajar
la tierra y ganarse el sustento. En Bilalu antaño había muchas familias
católicas, más aún, descubrí que mi misión se llamaba al principio San
Francisco-Bilalu, como atestiguan los libros de Bautismos de finales del siglo
XIX que tengo en mi casa, por lo que tal vez fue en foco original, y luego el
centro de la misión se desplazó a Lagarba, donde vivo y está la iglesia
principal. Pero al no haber allí en Bilalu presencia del sacerdote, la fe se
fue apagando, y ahora el pueblo católico está en los mínimos. Por lo tanto,
este envío del catequista es como una jugada estratégica, sacar una familia de
su zona de Gobenti y ponerla ahí en Bilalu como colonos. Tuve esta inquietud
desde que fui nombrado párroco en Lagarba, hace cinco años, cuando visité una
de las primeras veces esta zona de Bilalu y me contaron que hace un par de
décadas todavía había unas treinta familias católicas, pero que ahora sólo
quedaban cuatro, muy mayores, y me dio una pena enorme, que estuviéramos allí
al borde de la extinción. Porque no es que la zona haya quedado despoblada,
todo lo contrario, la población general, y los musulmanes en particular, han
aumentado mucho allí. Antes de la Pascua, en un par de semanas, tendremos a
este buen hombre, Gezahagn, viviendo allí, y es ciertamente un motivo para
congratularnos. Tampoco es que yo confíe en los meros medios humanos, en las
estrategias, en poner a una persona aquí o allá, porque además la fe no
funciona así. Pero la presencia de testigos es clave, y no es lo mismo dejar un
sitio histórico abandonado y visitarlo sólo una vez al año, que facilitar un
flujo constante de visitas, y la mujer de Gezahagn o alguno de los niños
siempre estarán en casa, para dar la llave a cualquiera que quiera entrar a
rezar, y dar calor al lugar. Sabéis que amo mucho a los musulmanes, y no los
siento como enemigos, y eso que algunos aquí nos han hecho algunas jugarretas,
o son suspicaces si creen que ayudo más a los cristianos que a ellos, pero he
venido a anunciar a Cristo, y al tratar con ellos, entre los cuales tengo
muchos amigos, es como si quisiera decirles, "si conocieras el don de
Dios..." (Cfr. Jn 4, 10). En la historia de la expansión del Islam, como
en todas las corrientes culturales, políticas y religiosas, ha habido distintas
épocas, de decadencia y resurgimiento, de desgaste y renovación. Cuando
llegaron aquí los PP. Capuchinos en 1891, el Islam estaba en una época de
declive, pero ahora, en las últimas décadas, se han hecho fuertes, y son muy
numerosos. Y, por mí, todo sirve para bien de los que aman a Dios (Rm 8, 28),
porque de no haber sucedido así yo no vería la magnitud de la misión que Dios
me ha dado. Una cosa que he aprendido viviendo entre una mayoría musulmana es
que la evangelización directa no la hacemos tanto los curas y monjas, cuanto
las familias cristianas. En todo país, pero especialmente en los lugares donde
prevalece el Islam, son esenciales las familias cristianas, su presencia, su
crecimiento, la calidad de su cultura y de su amor, el testimonio y la intensidad
de una comunidad que estudia la Palabra y se reúne para la Eucaristía.
Procuro ir allí a celebrar Misa a Bilalu por lo menos una vez al mes, el día 6
de cada mes etíope, pues el 6 es el día de san Antonio, todos los meses. Todos
los católicos de Lagarba están muy ilusionados con esta novedad, el tener una
familia joven viviendo allí, y cuando vayan al mercado de Rabsu los martes
pueden pasar a la capilla de Bilalu, que está muy cerca, y descansar con esta
familia, y hacer una oración al santo, o incluso quedarse a dormir. La fiesta
anual, el 13 de junio, que aquí siempre cae en el 6 del mes de Sene, es muy
bonita. Vienen coros de las parroquias vecinas de Dhebiti (a dos horas de
camino) y de Edjefara (a cuatro horas de camino). O sea que ese día los jóvenes
y algunos más que tienen hecha alguna promesa se pegan el madrugón para llegar
a misa a las ocho de la mañana, y al terminar la misa se hace una
mini-procesión del Corpus dando tres vueltas a la capilla con el Santísimo en
la custodia, como paraguas cubiertos de terciopelo de colores, los jóvenes
vitoreando y cantando con tambores, y el estandarte con la imagen del santo.
Para finalizar, todos nos sentamos en la hierba, se bendice el pan que traen y
un brebaje de cebada fermentada, y comemos juntos.
Pedid a San Antonio, como hago yo todos los días, para que el pueblo recupere
la ilusión y el vigor de la fe. La fe es lo que siempre me ha movido a mí a
salir de mí mismo, a compartir lo que tengo, a sonreír, amar y perdonar.
Por ahora es bastante, os encomiendo a nuestro Señor, pedid por mí en el altar.
Abrazos,
P. Paul Schneider
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