15 de Octubre de 2023, Fiesta de Santa Teresa de Jesús
Hola, amigos:
Desde junio había dejado de llover, y así estuvo el cielo cerrado durante dos
meses, negando a la tierra las lluvias habituales en esa estación. El sorgo, a
pesar de las bandadas de pájaros que picotean sus copas por las mañanas,
resistió. Sin embargo, la mayor parte del maíz se abrasó por el sol y la falta
de humedad, y ya no queda sino una cuarta parte de lo que había germinado.
Otros cultivos corrieron una suerte similar.
Poco después del último mensaje que os escribí en agosto, se empezaron a
producir robos en las casas de los vecinos: una vaca por aquí, un par de ovejas
por allá, un cultivo de khat recolectado furtivamente por la noche, etc. El
colmo fue una noche que en Kirara, el único pueblo de este valle, unos seis
comercios fueron saqueados. Debieron ser más de veinte individuos, organizados
y sigilosos, los que perpetraron estos robos en una misma noche. Forzaron
cerraduras y ventanas, y extrajeron los productos y todo el dinero que
encontraron, todo sin que nadie se despertara ni oyera nada. Os podéis imaginar
los disgustos y lamentos a la mañana siguiente. Hay quien dice que lo debieron
hacer drogados de hachís, porque no se corresponde el sigilo y parsimonia con
que actuaron con la tensión de poder ser sorprendidos en el acto de robar: aquí
se tiene tal odio a los ladrones que muchos dueños serían capaces de matar a
palos al que intente robar su ganado, su grano, su dinero, o cualquier
mercancía. Y no penséis que estos ladrones son los más pobres acuciados por la
necesidad, porque todos aquí siguen viviendo de la cosecha trillada el pasado
enero. Según la opinión de mis vecinos, lo más seguro es que fueran individuos
ansiosos y egoístas que, previendo un año de carestía por esa falta de lluvia,
robaron compinchados para no ver reducidos sus propios graneros en los meses
siguientes. Afortunadamente, hacia finales del mes llovió abundantemente
durante muchos días, y los campos se recuperaron, y se volvieron a sembrar
otros cereales y legumbres como lentejas y garbanzos, porque el tiempo para
sembrar sorgo o maíz ya ha pasado, y se siembra lo que pueda dar fruto de aquí
a diciembre, y ya eso que se coseche maduro y seco se venderá para comprar en
otro mercado el grano del cultivo que aquí se malogró.
Esto es una lección de vida. Casi nunca hacemos el mal porque la vida nos
apriete o Dios nos haga sufrir. Casi siempre hacemos el mal porque nos ponemos
ansiosos, dejamos de confiar y perdemos la paz. Mi misión como sacerdote y
predicador es sembrar la paz, la esperanza, la confianza en Dios. Predico
siempre el perdón, porque la rabia y el resentimiento no sirven de nada. Dios,
su creación y el trabajo son la fuente de nuestra alegría: "Los que
sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. Al ir, iba llorando, llevando
la semilla; al volver, vuelve cantando trayendo sus gavillas. (Sal 126,
5s)". La ansiedad, que nos afecta a todos, es a menudo síntoma de una
espiritualidad pobre. Hay casos de gente aquí que ha enloquecido hasta el punto
de deambular sin ropa y con el rostro desencajado por haber hecho inversiones
en terrenos, y haberlo perdido todo por una sequía o por la plaga de langostas
de hace tres años.
Es sabio precaverse del dios Dinero, no adorar a la diosa Fortuna. Al
mencionarse, este dios se suele entender en su vertiente hedonista, de
despilfarro, avaricia, lujo y comodidad. Sin embargo, su cara menos conocida es
la más cruel: la falsa seguridad que ofrece a las personas prudentes y
"normales" de clase media y el horror ante la idea de que deje de
sernos propicio, que estemos en apuros por perder su favor. La mayoría de mi
gente de Lagarba, al ser muy pobre, no confían en el dios dinero porque tienen
muy poco, y les resulta más sencillo confiar en Dios y ya está. Podrían mejorar
sus hábitos laborales, económicos y asociativos para ganar y ahorrar más, pero
no lo hacen. De ahí que sean, a su modo, unos santos. Porque no adoran al dios
dinero. Eso sí, yo quisiera sacarles de la pobreza, para que puedan al menos
comer bien y vestir bien, porque todos somos hijos de Dios.
Estos últimos meses estoy leyendo con fruición la nueva tesis doctoral de mi
amigo y anterior párroco, el P. Gonzalo Pérez-Boccherini, titulada "El
alma Católica de España", y me está enseñando mucho. El libro del P.
Gonzalo recorre la historia de España y el pensamiento del cardenal primado Don
Marcelo González (1918-2004), desde la conversión al catolicismo del rey
visigodo Recaredo hasta nuestros tiempos, y pone de manifiesto los tesoros
espirituales y culturales de nuestra nación y el ardor misionero y
evangelizador de cientos de miles de hombres y mujeres que salieron de España y
murieron en tierras lejanas llevando el amor de Cristo, y otros tantos millones
de hombres y mujeres que llevaron la antorcha de la fe en cada generación en
suelo patrio, a veces sufriendo persecución y hasta el martirio, por transmitir
a sus hijos el amor a la Eucaristía, a la Cruz y a nuestra Señora.
Yo nunca me he señalado en mi patriotismo de un modo particular, ni en mis
predicaciones, ni llevando adornos con los colores de la bandera de España, ni
mucho menos con opiniones políticas. Además, ni siquiera nací en España, soy
español por parte de madre y por mi educación desde 1° de EGB. Pero a medida
que me hago mayor -cumplí 40 el pasado agosto-, e iniciado ya mi séptimo año en
la misión entre la tribu de los Oromo en un lugar recóndito de África oriental,
tomo conciencia, con asombro y profundo agradecimiento, de la herencia espiritual
y cultural que traigo conmigo, tan mía que no suelo ser consciente de ella. Es
la fe en Jesús de Nazaret, el Dios-hombre, transmitida por los apóstoles y
enriquecida con la vida y doctrina de miles de santos españoles de un milenio y
medio. Ellos son mi religión y mi nación, el motivo por el que yo puedo hoy
amar a Jesús y dar su amor a los demás.
En abstracto, ninguna nación es mejor que otra, y todos los pueblos tienen
tradiciones valiosas, algo que aportar al mundo, y un porvenir. También, como
en otros países, en nuestra España la gente habitualmente está descontenta con
la situación política, económica y social, y los complejos de culpa y de
inferioridad no faltan, y también en la Iglesia católica en nuestro país hay
errores y pecados, y lugares y comunidades donde parece que no hay unidad, ni
ilusión ni esperanza. Al parecer de algunos, lo único de lo que puede estar
orgullosa España es del fútbol, de las playas y de su cocina. De otros países
han salido personajes de una influencia indiscutible, por sus conquistas y
logros culturales y científicos. De España no ha salido un Alejandro Magno, un
Julio César, ni un Gengis Khan. Tampoco hicimos pirámides como los egipcios ni
fuimos la cuna de la filosofía como los griegos ni codificamos el derecho como
los romanos. Tampoco en la época actual sobresalimos por nuestra industria y
tecnología, y de España no ha salido ningún cohete a la luna.
No obstante, como creyente y como misionero, desde mi pequeña y querida mision
de Lagarba, y habiendo leído la obra de investigación, tan extensamente
documentada, del P. Gonzalo, me reafirmo como orgulloso hijo de España, y por
eso mismo, con redoblado amor, hermano de todos vosotros, que leéis mis
mensajes, y que compartís conmigo una experiencia de historia común, aunque sea
una historia herida también por conflictos y divisiones. Es particularmente
nuestra la pléyade de santos gloriosos, desde san Isidoro de Sevilla, san
Leandro, san Ildefonso, santo Domingo de Guzmán, todos los del siglo de Oro,
hasta nuestros días, la influencia profundísima que han tenido en la sociedad,
la educación, el Derecho de Gentes, la Evangelización de América, la fundación
de innumerables congregaciones religiosas dedicadas a los pobres y enfermos, a
los cautivos y a los que contraían la lepra y la peste. Todo influye en lo que
somos, cómo somos, cómo pensamos, cómo sentimos, cómo hablamos, cómo entendemos
la moral y nos relacionamos con los demás.
En lo que se refiere a fe y evangelización, a experimentar el amor de Cristo y
llevarlo hasta los confines del mundo, difícilmente se podrán encontrar en otra
nación personas tan configuradas con Cristo como santa Teresa de Jesús, san
Juan de la Cruz, san Juan de Ávila, san Ignacio de Loyola, san Francisco
Javier, san Francisco de Borja, por sólo hablar de los más conocidos del siglo
de Oro español. Dejo sin mencionar centenares de santos y santas insignes, de
todas la geografía española y de todos los siglos, desde el siglo IV hasta el
siglo XX, cuya influencia ha sido increíble. Hasta el día de hoy en 2023, somos
el país con más misioneros en el extranjero, estamos a la cabeza de todos los
demás países, y yo tengo el privilegio de contarme entre ellos.
A finales de agosto fui a visitar a mi hermana María, que vive con su familia
en California. Pude visitar algunas misiones franciscanas históricas, fundadas
por el P. Fray Junípero Serra (1713-1784). Estas misiones a lo largo de la
costa de la Baja California tienen una historia gloriosa, y sus fundadores, en
su mayoría españoles, fueron auténticos héroes, exploradores llenos de
iniciativas, muchos de ellos anónimos y sin más interés que llevar el
Evangelio, y siempre empezaron con medios muy pobres y crearon misiones
florecientes, donde siempre acogieron a todos: indios, mexicanos, mestizos y norteamericanos.
Las misiones franciscanas fueron el germen y centro de las ciudades que ahora
conocemos: San Diego, los Ángeles, santa Bárbara, Santa Ynez, y muchas más.
Aunque mi diócesis de Getafe es joven (se acaban de cumplir 32 años se su
inicio, su división de la que era la diócesis de Madrid-Alcalá) y somos muy
pocos los sacerdotes diocesanos en misión en el extranjero, no me siento solo.
Me siento parte de una diócesis y de una España viva y misionera, cuyas
entrañas se conmueven por los pobres de toda la tierra, una España que sigue
siendo inequívocamente católica en su identidad (ya sea en pro o en contra), y
que de un modo u otro quiere llevar amor y compasión a los migrantes, a las
minorías, a los que sufren, a los que no tienen voz pública, a los que se
sienten solos y abatidos por los infortunios de la vida.
Hace ya dieciséis años que soy cura, y siempre recuerdo con cariño mi seminario
de Getafe. En la formación sacerdotal que recibí, si bien se partía de la base
de que íbamos a trabajar en nuestra diócesis, en España, tan necesitada ahora
de una nueva evangelización, no por eso se ponía en cuestión la necesidad y
pertinencia de ir a otros lugares, a tierras lejanas y pobres. La historia nos
enseña que cuantos más misioneros se exportan, y cuanto más generosa es una
diócesis o una congregación religiosa en ese sentido, más crecen los frutos
espirituales, la alegría y el apostolado en las propias comunidades de envío.
Con la comunicación de experiencias, las visitas y labores misioneras, la oración
por los pueblos evangelizados y perseguidos, crece la fe. Además, sorprende que
Jesús dijera que ningún profeta es bien recibido en su tierra (Lc 4, 24) y que
en cuanto no nos reciban en una casa o en un pueblo, nos sacudamos el polvo de
nuestros pies y nos vayamos a otro lugar a anunciar el Evangelio (Lc 10, 11).
Es como si Jesús nos azuzara y nos quisiera siempre en movimiento a los que
hemos consagrado nuestra vida a la evangelización.
En cualquier caso, lo que más debemos buscar es el Reino de Dios y su justicia,
y todo lo demás se nos dará por añadidura (cfr. Mt 6, 33). Al referir estas
palabras de Jesús pienso en las vocaciones contemplativas, en los monasterios
de clausura. Ellas (y ellos) han entrado en unos muros para vivir totalmente
para Dios, y la misión de la Iglesia -y mi humilde misión aquí en Lagarba- no
serían posibles sin ellas, sin su oración y su vida ofrecida como incienso para
Dios. Aparte de las monjas de San José de Cluny, que me educaron de niño, sólo
he tenido amistad y trato cercano con religiosas de cuatro conventos: las
Carmelitas del Cerro de los Ángeles y de la Aldehuela, las Clarisas de
Cantalapiedra y las hermanas de Iesu Communio. No mantengo correspondencia con
ellas, pero estoy seguro de que rezan por mí.
Al hilo de esto, y por terminar: en otras ocasiones os he pedido dinero, ahora
no. Ahora lo que os pido por favor a todos es que les pidáis a todas las monjas
de clausura que conozcáis, que recen por mí y mi misión de Lagarba, para que
mis cristianos lo sean de verdad, estén llenos de amor a Jesucristo, y los
musulmanes se conviertan, y yo pueda ir al Cielo llevándome a mucha gente. Ya
sea que vayáis individualmente o en grupo a visitar un monasterio, por favor
habladles de mí, de Lagarba y de mi misión, y pedidles oraciones, y rezarán,
porque las monjas de clausura se acuerdan de todo, tienen una memoria
prodigiosa para nombres, personas, circunstancias, y las necesidades e
intenciones que se les encomiendan. Probablemente estas almas contemplativas
sean las que más hacen por el mundo.
Un abrazo y hasta la próxima,
P. Paul Schneider
17 de octubre de 2023
Carta del P. Paul Schneider, Misionero en Lagarba (Etiopía)
Publicado
12:16
Por
misionesgetafe
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LA NOCHE DE LOS LADRONES, ESPAÑA Y LOS MONASTERIOS DE
CLAUSURA
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Testimonio Misionero
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