Entre el 20 de agosto y el 15
de septiembre, un grupo de 16 jóvenes de nuestra diócesis estuvieron de Misión
en Camaná, una provincia del sur del Perú que pertenece a la Prelatura de
Chuquibamba. Precisamente allí, desde nuestra diócesis de Getafe se colabora
con dos comedores sociales, el comedor Niño Jesús de Praga, y el comedor de San
Cristóbal, en Pucchún. También las misioneras seculares de Jesús obrero llevan
el orfanato Hogar de Nazaret.
Sofía Chapa, una de las
jóvenes misioneras nos envía este testimonio como reflejo de esos días de
Misión.
MISIÓN CAMANÁ 2023
‘Los
que buscan al Señor, no carecen de nada.’
¿Quién les habría dicho a mis
abuelos Álvaro y Begoña, nacidos en Vizcaya en 1921, que iban
a colocar una vela por ellos en
el Perú? En lo que dura una misa de difuntos, tres paredes sin techo y un altar se convirtieron
en el foco de Luz de todo Camaná, mientras nosotros, dieciséis jóvenes e inexpertos
instrumentos, asistíamos perplejos y emocionados a la Oración por excelencia que nos ha alimentado
día a día.Me resulta complicado hablar de
la Misión. Ha sido como una brecha de tiempo y espacio en mi vida; como si, de hecho, no
formase parte de mi historia y al mismo tiempo la resumiese entera. Al fin y al cabo,
llamarse a uno mismo "misionero" da cierto respeto si se entiende la magnitud de lo que ese atributo
significa.
Hace poco volvimos a reunirnos en
Madrid, y nos retábamos entre nosotros para recordar
aproximadamente cuántos bautismos
habíamos celebrado. El número quedó entre los 34 y 37, y una de nosotras exclamó entre
risas: "¡seis de siete sacramentos! El año que viene ordenamos a un cura". A ese recuento
de regalos sobrevino un segundo de silencio en el que sonreímos para nosotros mismos, conscientes
de que el número es irreverente y de que una sola alma, es Eternidad.
Creo que podría decirse que eso
era lo que más nos impactaba (que me corrijan mis compañeros si hablo equivocadamente en boca
de todos); la consciencia tan grande que nos embargaba al sabernos parte imprescindible de
la Eternidad. ¿Nuestros actos son eternos? ¿Tanta confianza pone Dios en nosotros? Esto nos
decía nuestro padrecito Miguel: “Un día nos encontraremos esos nombres y apellidos en el
Cielo. ¿Me señalarán y me darán las gracias?”
Se me pone la piel de gallina solo de recordar los rostros
que hemos conocido. Los niños del cole con los que hemos jugado al voley o fútbol y bailado
“la Coqueta”; a los que hemos dado catequesis enseñándoles quién es su amigo Jesús y su mamá la
Virgen, respondiendo a sus complicadas preguntas marcadas por una infancia malherida en
el corazón de sus desestructuradas familias. Recuerdo las lágrimas de emoción
de una de las niñas de sexto de primaria cuando le expliqué que Dios lo perdona TODO.
“- ¿Todo? ¿Me promete que Dios es bueno, señorita?
- Sí, todo, Natali. Te prometo que Dios es el más Bueno.
-Ay, disculpe que llore, es que me emociona.”
Los abrazos de esos niños que
veían en nosotros algo especial. Qué privilegio el mío cuando le expliqué a una adolescente
que, en unos meses, al bautizarse, iba a tener el corazón más limpio que tendría jamás. “Wow”,
me respondió con una sonrisa enorme y cohibida. Mientras tanto yo la miraba y pensaba:
“Vas a ser Hija del Rey…”
En la cárcel nunca importó el
crimen de los presos. Nosotros sólo escuchábamos cómo gritaban a pleno pulmón el “Amén” más
convencido y necesitado que nosotros, misioneros, nunca habíamos dado. La evidencia del
Perdón se hizo palpable entre rejas.
Los reclusos ya eran Libres.
“Hoy he dormido por primera vez
sin ese peso en el corazón”, me dijo Susana la mañana
siguiente a su bautismo. Ambas
sabíamos a qué se refería. Ya no importa. Cuánto arrepentimiento y pesar es capaz
de soportar un hombre que sabe que se ha equivocado. Incluso
así, cada mañana nos daban la
bienvenida al grito de “¡Padre! ¡Bienvenido a la casa de Dios!”.
Qué ironía tan acertada. La
cárcel: morada de Salvación.
He de remarcar por escrito la
locura que vivimos en la cárcel. Me pongo simple y no me enrollo: fiesta en el Cielo y en la
tierra. Banquete de bodas. ¿Uno? Nah. Dos. Dos alianzas eternas que se dieron el sí quiero ante Dios.
Dos bodas a la vez en una cárcel de Camaná. Creo que no hace falta explicar mucho más. Toda
palabra sería en vano. Enhorabuena a los recién casados, ahora el Señor es cabeza y guía de
vuestro matrimonio. Y que viva el Amor. Olé.
En el mercado comprar pollo era
una oportunidad magnífica para empaparse del Perú. Papas por un tubo, palta sabrosa, el
choclo es del color de la Inka-Cola, hay que andarse con ojo con el cebiche, la chicha morada bien
calentita (no ayuda a pasar por la garganta), chocolisto: teeee quieeerooo.
Volviendo a ponernos un poco en
serio, si tuviera que elegir mi momento favorito del día sería sin duda la Misa en Paraíso o en
Bella Unión. Dos barrios muy diferentes, dos misas igual de diferentes. Paraíso fue terreno
de misión el año pasado; las misas eran en familia. Se veía una comunidad más formada, que era
reflejo de la Iglesia inminente que allí comenzaba a nacer.
Era emocionante ver cómo los
mayores comprendían que debían prepararse para su encuentro cara a cara con su Señor; cómo
las madres dirigían la mirada de sus niños, haciéndose cargo de la responsabilidad que supone
educar en la fe. Sin duda era emocionante ver a su vez en esos niños al futuro de esa
Iglesia, observarlos recogidos en inocente oración, o copiando sutil y meticulosamente cada movimiento
de su padrecito Miguel durante la misa. Paraíso nunca tuvo mejores monaguillos.
Aun así, a pesar de que el cerro
ya tenía una pequeña familia de fe, se tocaban de nuevo todas las puertas cada tarde, y, de
tanta inquietud, hogares como el de Adela abrieron la puerta a un par de misioneros. Lo que no
todos sabían es que con esos dos extraños jóvenes que tenían un tono de piel curiosamente
blanquecino entraba también Alguien más. Las conversaciones y el cariño diario acabarían revelando
al Señor, que por fin se encontraba con ellos.
En Bella Unión los partidos de
fútbol abrían la tarde; las misas de niños a las 18:30 alborotaban al pueblo entero. El primer día
Lucero opinaba que comíamos una galletita, Esther decía que era un pedazo de trigo. Enseguida
reconocieron el Cuerpo de Dios. Edison, de 10 años, decía alucinado: “Jesús nos quiere
demasiado; con toda el alma. Mucho demasiado mucho divino”.
Me reconoció estar muy muy muy
nervioso el día que iba a recibir a Jesús por primera vez.
El hospital fue un regalo
inesperado de última hora. La Palabra de Dios inundó una de las habitaciones en las que yacía
recostada débilmente desde hacía cinco meses Flora; nunca había visto a nadie escuchar un salmo
acariciando tan dulcemente la Biblia.
Creo que es importante, antes de
terminar de resumir un mes de aventura y de abandono a ciegas, hacer una mención especial
a algunos de los instrumentos que se atrevieron a ofrecer su ayuda a un grupo de locos
españoles. Bendito el padre Luigi, joven y enamorado sacerdote que dedica su vida al servicio de
la fe. El fiel Gustavo, taxista por excelencia, nunca visto sin el bueno de Óscar (míster pollos
Willy); amistad que representa la hermandad que nos pide Cristo entre nosotros. El obispo,
abriéndonos su hogar de par en par, en el que acabábamos paseando “como Juanito por su
casa”. Cristina, mujer entregada y madre de un orfanato (sí, madre). ¿Qué habría sido de esta
locura sin ellos? Gracias.
¡Y me parece que toca cerrar!
Somos dieciséis locos, pero locos bien. Chiva, Víctor, David,
Julio, Bosco, Pedrós (el bebé),
Collado, Nacho, Velarde, Patxi, Luengo, Cris, Elvi, Carmen, Maripaz y Sofía. No me equivoco
si digo que lo han dado todo, todos. Han regateado con los tuk-tuks de todo Camaná, han
sobrevivido a tardes enteras de puerta por puerta escapándose de los perros peruanos a la
carrera, han llevado a la Virgen en andas por las cuestas de Paraíso, han empujado de la convi de las
carmelitas cada vez que nos dejaba tirados en la carretera, han adiestrado a un pollo, han dejado
la casa de Julia impoluta, la han liado parda para conseguir
partidas de bautismo y permisos
paternos, han cantado hasta quedarse afónicos, han perdido la vergüenza bailando “la Coqueta”,
han volado miles de kilómetros, han sido misioneros, y se saben afortunados. 
La Misión, en definitiva, es pura
oración. Se reza postrado ante el Santísimo, al comulgar en la Eucaristía y, sobre todo, se reza
al amar. Cuánta fe nos falta, pero cuántos dones concede Dios cuando son necesarios. ¿Las
gracias? A Dios. Y a seguir misionando.
Misioneros en Camaná 2023.
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